sábado, 28 de marzo de 2009

¿CÓMO TE LLAMAS CARMENCITA?

Parándome a pensar… no recuerdo bien cuál fue el primer libro que he leído. Pero no me hace falta esforzarme para reencontrarme con algunos de mis primeras experiencias como lector: las ilustraciones de Pilarín Bayés en los libros de texto de lengua y el primer libro que recuerdo haber leído (¿sería quizás el primer libro que he leído? ¿o el segundo?): “El Zoo de Pitus”. Pequeño, pastas azules y con dibujos en blanco y negro en su interior. No recuerdo la editorial, el nombre del autor lo averigüé vía Internet (Sebastiá Sorribas), y sin embargo, no se me ha borrado de la memoria el siguiente fragmento:
-¿Cómo te llamas, Carmencita?
-Carmencita
-¿Carmencita qué? ¡tonta!
Para quien no sepa a qué obra me refiero comentaré que trata de las aventuras de una pandilla de niños de un barrio que, ante la grave enfermedad de uno de ellos (Pitus) decide construir un zoológico para recaudar dinero para su operación. Sí, no es un tema muy festivo, pero el humor, la inocencia y la magia que impregnan sus páginas han hecho de él uno de los pilares que me introdujeron en el apasionante mundo de la lectura.

Unos 24 años después, en un mercadillo de segunda mano, llegó el momento esperado: Era una edición bilingüe y ni la portada ni la editorial eran las mismas. No era el reencuentro deseado, apenas lo reconocí, pero en un paseo por sus páginas supe que era él. Si bien recordaba más ilustraciones, tenía la certeza que aquellas que veía eran las mismas que mis ojos (sin gafas y de lector novato) disfrutaron, allá por mis primeros años de E.G.B.
Por cuatro euros los compré junto a “El viento en los sauces”. Es curioso: el mercado cotizaba ese día a 2€ el recuerdo. Y desde entonces lo conservo en una estantería de mi cuarto, esperando el momento de la lectura. Un momento que llevo más de seis meses demorando por miedo a no reconocer y encontrar la chispa de aquellas primeras lecturas en el aula.
Son varios los libros que me han apasionado, y que han ido manteniendo viva, o incluso encendiendo por enésima vez, la llama de mi interés por la lectura. Curiosamente, varios de ellos están relacionados con la escuela o el instituto (como “El zoo de Pitus” o “El misterio de la cripta embrujada”) más que lecturas, aventuras a las que la casualidad, o una buena elección del profesorado, fomentaron mi (pequeño y modesto) afán lector.

Hoy día me sorprende ver cómo el fomento de la lectura se limita (diga lo que diga la ley: loe o loa…) al terreno de la lengua castellana y literatura y que, ante la escasa motivación e interés del alumnado, ante su ignorancia y la falta de destreza y cultura lectora, prefiere la “Excelencia literaria” a la “excelencia lectora”: clásicos adaptados, “El árbol de la ciencia”, “Antolojía Poética”… obras que sepultan lectores en lugar de cearlos.
Quizás habría que comenzar de cero, replantearse la situación actual, en la que el enemigo a batir no son las nuevas tecnologías, sino unos planes de estudio que dan la espalda a la realidad lectora juvenil (y no sólo hablo de Harry Potter y El Señor de los Anillos: Laura Gallego y sus crónicas de Idhún, Cornelia Funke, la tetralogía vampírica de Stephanie Meyer…) y a los verdaderos clásicos de la “lectura” (que no literatura): Verne, Stevenson, Pyle, Kipling, Dahl, Ende…

Por cierto ¿Qué es eso de clásicos adaptados? ¿Cómo puede ni siquiera plantearse? ¿Qué va a ser lo próximo: láminas quue adapten a Dalí, Picasso, Velázquez, Matisse, Van Gogh…? ¿Un Ciudadano Kane para niños? Por favor, que nadie comente diciendo que ya se ha hecho…