miércoles, 25 de agosto de 2010

CRONICAS VIRTUALES DE UN SOLTERO A SU PESAR

A Freak Love Story
Dicen que el amor puede surgir en cualquier parte, en cualquier ocasión. Dicen que cuando conoces a la persona destinada a corresponderte, y a corresponderla, el mundo se para. Dicen incluso que hay quien ha llegado a oir de fondo a Sergio Dalma cantando eso de "No sentiré jamas la soledad" ("No Despertaré" en su disco "Cuerpo a cuerpo" de 1995) E incluso hay quien asegura que llegas a ver toda vuestra relación en una décima de segundo.
Lo que nadie te cuenta es que, el amor, tal y como viene se va. Que, cuando el mundo comienza a girar de nuevo, al segundo, todo sueño y pasión se diluirá y desaparecerá en a la cruel realidad. Porque un simple gesto, una palabra, una mirada... son suficientes para que la fantasía se haga añicos, caiga el castillo de naipes de tus sentimientos, y todo vuelva al principio como si nada hubiera ocurrido. Dicen includo que hay quien ha llegado a oir de fondo a Françoise Hardy cantando eso de "Comontediradió" ("Comment te dire adieu" para los franceses) E incluso hay quien asegura que llegas a ver esa cara de asco-reproche del tipo "¿que xxxxx miras?" en el rostro de quien por una décima de segundo fue tu compañera.

Esta noche he vivido todo este cúmulo de amor y despropósito. Esta noche me he enamorado, nos hemos enamorado y nos hemos desenamorado en menos tiempo del que tarda un sugus en pegarse a los dientes.
El momento y el lugar menos esperado fue la pasada noche cenando en el jardín de un restaurante. Mi (por milésimas de segundo) amor y enamorada, la camarera que se ocupaba de nuestra mesa. El desencadenante de los sentimientos una frase, y el final de todo, una mirada.

No es que fuéramos clientes habituales, pero era la tercera vez en menos de un mes que íbamos a cenar al mismo sitio: ¿por el agradable ambiente de aquel jardín? ¿por la calidad del servicio? ¿por su sangría que no sabe a sangría? Ni lo sé, ni me voy a parar a pensar en eso ahora.

La cuestión es que, con su habitual simpatía y desparpajo, la chica en cuestión se acercó a nuestra mesa y comentó que aquella mañana me había visto saliendo del carreful. Tras esto, y sin dar opción a que yo comentase ni le preguntase, dijo una de las frases que pasarán a la historia de mi extraña relación con las mujeres: "Eres friki como yo".
A estas alturas supongo que a pocos escapa mi condición de friki, y no sólo por el nombre de quien escribe y suscribe estas palabras, sino por lo variado y amplio de mis gustos musicales, cinéfilos, literarios (además por muchos de los post aquí escritos)

"Eres friki como yo". Así escrito puede parecer una adaptación sacrílega del "Jesusito de mi vida", pero la entonación (exclamativa, denotando cierta sorpresa y admiración) y la sonrisa que acompañó a aquella espontánea observación, acabaron por conquistarme. Y, efectivamente, el tiempo se detuvo.

En mi mente, como si de un fotomontaje se tratase, fueron apareciendo imágenes de lo más variadas: ella y yo, a la luz de la luna hablando de "Xerxes", lo próximo de Fran Miller, compartiendo cómics y nuestros pareceres sobre los mismos, discutiendo la calidad de la nueva entrega de "The League of Extraordinarie Gentlemen", disfrutando a oscuras, en el sofá de la versión extendida de "Watchmen" (extras incluidos) e imaginando la cara de indignación de Alan Moore viendo la película en su casa...

Si idílico era el sueño, terriblemente triste fue el despertar, la vuelta al mundo real, de manos de las burlas de mis amigos, espectadores de lujo de todo lo que sucedía. Tras el shock, llegó la explicación: al parecer me había visto por las escaleras mecánicas, saliendo del supermercado, con unos cómics de "Sin City" que me había comprado. No tengo idea de cómo llevaba los tebeos sujetos (no iban en bolsa debido a la diabólica estratagema comercial del carreful, hablé de eso aquí), pero se fijó en ellos antes que en la escandalosa sombrilla que también asía.

Entre bromas y risas transcurrió una cena de lo más jocosa (al menos para los que compartían mesa conmigo) hasta que, una vez pagado todo, y antes de irnos, aproveché que todos se habían dirigido a la puerta para intercambiar unas palabras con la revelación de la noche.
Le pregunté su opinión acerca de mis autores preferidos (Gaiman, Moore, Bendis...) y su cara de asombro-indiferencia-desconocimiento me dejó un poco pillado. Ante mi asombro, ella contestó en un tono mitad disculpa-mitad justificación unas palabras que marcaron un antes y un después en nuestra inexistente relación: "Soy otaku".
En aquel momento todas mis esperanzas e ilusiones se derrumbaron. Me sentí identificado con Romeo cuando su amada le dijo que era una Capuleto. No puede ser, una seguidora del manga, del anime... pertenecíamos a universos paralelos.
¡¡¡Soy un triste juguete del destino!!!
Y lo peor era que ella, en el fondo, pensaba lo mismo.

Sin lugar a dudas, no había nada que hacer. Todo había acabado. No había futuro.
Al menos, fue bonito mientras duró.

Actualización: Una semana después volví al restaurante. Había pasado los días antes en internet investigando la cultura friki japonesa. Pero no contaba con el incidente de la camiseta.
El incidente de la camiseta
Al principio no caí cuando me dijo: "Desde luego, esa camiseta, no". Pero, cuando agaché la cabeza y la miré, definitivamente comprobé que lo nuestro era imposible e inviable. Al menos, después del mazazo de la semana anterior, esta vez no sufrí. (en exceso)
Mi camiseta.
¿Que mi camiseta no? Pero si tenía impreso el icono friki por excelencia, el alfa y el omega del frikismo... ¡el casco de Darth Vader! ¿Qué clase de friki desprecia al malo por excelencia?
"Es que a mi "La Guerra de las Galaxias" no me va. No la entiendo. Yo soy más de "El Señor de los Anillos".
Desde luego, hasta en el universo friki hay clases y estratos sociales. Y ella y yo, pertenecíamos a universos paralelos e irreconciliables.

martes, 24 de agosto de 2010

ASCENSORES

Siempre me han dado miedo los ascensores. Metálicos ataúdes que se elevan un curioso número de metros sujetos por un cable, en los que nos encerramos voluntariamente con todo tipo de desconocidos, dando por supuesto que, llegados a la planta deseada, las puertas se abrirán.
¿Y si se para entre dos plantas? ¿Y si no se abren las puertas? ¿Y si nadie se percata de que el ascensor se quedó parado? ¿Existe una central de detección de ascendores estropeados? ¿Y si se rompe el cable o los frenos? ¿Cuánto hace de su última revisión? ¿Y qué decir de los anónimos y temporales compañeros de viaje? ¿Puede uno fiarse de ellos? ¿Cuáles son sus pensamientos, sus intenciones, sus motivaciones? ¿Hasta qué punto debemos confiar en ellos, hablar con ellos, interactuar con ellos?¿Con qué tema de conversación nos saldrán?
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Siempre me han dado miedo los ascensores. Pero, en un mundo construido en vertical, no hay más remedio que dejar este tipo de temores de lado si no se quiere estar escaleras arriba, escaleras abajo todo el día.
¿Hay el mismo número de escalones entre las plantas de edificios distintos? ¿Existe un espacio estándar homologado entre escalones? ¿Qué razón nos hace más reacios a subir andando que a bajar? ¿Existe una distancia mínima, un número de plantas, a partir de la cual nadie pueda tildarte de vago por ir en ascensor o de masoquista por hacerlo andando? ¿Los pasamanos, mejor a un lado o a los dos de la escalera?

Siempre me han dado miedo los ascensores. Lo que puede sucedernos en él, lo que pueda haber fuera cuando vaya a salir. Pero, sobre todo... lo que creo que me aguarda dentro cuando, para poder entrar, espero impaciente a que sus puertas se abran.