lunes, 28 de marzo de 2011

CRÓNICAS VIRTUALES DE UN SOLTERO A SU PESAR

Reflexiones en torno a un recuerdo de la infancia

Si mi aparato digestivo fuera quien rigiera mi vida diaria y costumbres, podría decir que soy “un reloj”. Táchenme de exagerado, pero mi organismo me permite/exige hacer de cuerpo unas cuatro veces al día (en condiciones normales y en momentos muy concretos), de manera que obrar dos se lo considero estreñimiento y a partir de las seis, diarrea.

Curioso, ¿eh? Pues lo más gracioso es que, todo este párrafo ni ilustra ni está relacionado con el tema del que voy a hablar hoy… pero me ha venido de escándalo para introducirlo.

Me encontraba este mediodía leyendo tranquilamente el suplemento dominical de El País con el sonido de la radio de fondo –creando el ambiente idóneo para la reflexión y la concentración– cuando, un simple vistazo al frente disparó la alarma.

El simple recuerdo de la visión me estremece, me pone la piel de gallina… estoy sudando sólo de pensarlo. La superficie marrón del rollo de cartón que estaba sobre el lavabo me indicaba cuatro cosas:

  1. No quedaba papel con el que limpiarse.
  2. No había sido muy buena idea poner los rollos en aquel estante de la cocina, justo en la otra punta de la casa.
  3. Al haber escondido el paquete de rollos, pudiera ser que estuviera el envoltorio de plástico vacío. Porque... ¿era acaso ese tubito de cartón el último vestigio de su especie que había en mi casa?
  4. Las medidas para solucionar 1, 2 y 3 debía de asumirlas yo, como adulto responsable e independiente.

En aquel preciso instante en el que se requería una toma de decisiones rápida, clara y contundente, mi mente comenzó a divagar y a trasladarse a mi infancia. Fue inevitable soltar, cual grito en el desierto, el alarido que –con la puerta entreabierta y con el cuerpo ligeramente inclinado para acercar la cabeza lo más posible al espacio abierto, despegando lastimera y dolorosamente el trasero de la taza (casi soldados tras 25 minutos de lectura) y manteniendo un extraño equilibrio– solía emitir para que fuera oído en cualquier rincón de mi casa:

- “¡¡Mamaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaá papeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeel!!

¿Cómo expresar con letras toda la información implícita y explícita, los matices connotativos y denotativos, el significado, que estas dos palabras conllevaban con aquella entonación a lo “¡¡Vilmaaaaaaaa!! ¡¡Ábreme la puerta!!”?

Optaré por referirme tan solo a la respuesta que daba cuando mi padre soltaba los típicos “¡¡Voooooy, vaaaaaa!!

Nota: el exceso de vocales repetidas en la palabra no es eco (por aquel entonces no vivíamos en ningún palacio o mansión de interminables pasillos. Ahora tampoco), sino un intento de reproducir gráficamente la modulación de nuestros alaridos caseros vinculados con el grandioso mundo del retrete y sus circunstancias.

- “¡¡He dicho eme, y no pé!!” –clara referencia a la diferenciación fonético–fonológica existente entre las palabras “papá” y “mamá” (al final, va a resultar que toda mi vida ha estado cargada de indicios que me mostraban el camino hacia esta profesión)

“Mamá papel”. Curioso. Hasta para limpiarme el culo me acuerdo de mi madre. Pero… ¿cuándo no? Lástima que no se lo diga lo suficiente

PD: Papá, no te pongas celoso. También me acuerdo mucho de ti. Otro día hablaré de nuestra relación con mi infancia, el cuarto de baño…y las horquillas. Besos