Por tercer año consecutivo –y solo
llevo tres ejerciendo– un alumno más o menos despistado se me acerca y me
pregunta: “Maestro, ¿y nosotros en lengua
vamos a hacer algo para jalogüin?”
Resulta complicado explicar a un
adolescente zampamacdonals que, en España, más que “decorar” calabazas hemos
sido siempre de comerlas (en puré, guiso –permítanme que suspire un segundo pensando
en ¡¡Esa Berza de Habichuelillas Verdes con Calabaza que hace mi madre!!–, o
simplemente tostando sus pipas), que para disfrazarnos y salir de pitorreo tenemos
el Carnaval, y que con los políticos catalanes al acecho y los resultados del
informe PISA sobre la mesa… tampoco es plan de ir perdiendo el tiempo en la
ESO, en clase de Lengua Castellana y Literatura, dibujando murcielaguitos.
Aunque siempre he tenido buenas
relaciones con los miembros (y miembras. De hecho, más con las miembras) del Departamento
de Inglés, siempre he visto con algo de recelo este “buenrollismo” que se
gastan con sus alumnos con respecto a la celebración de esta “festividad”
extranjera que, año tras año, comienza a abrirse paso y hacerse un hueco en
nuestro calendario… arrinconando y relegando a un próximo olvido a dos de nuestras
fiestas patrias de mayor abolengo: difuntos y tosantos (fiestas, dicho sea de
paso, bastante rancias y carentes de glamour)
Siguiendo la estela –más que el
camino– de esta acción, en su día estudié las posibilidades de acercar al
alumnado las bondades de la festividad española de los difuntos, (tan
influenciada por cierto halo católico-apostólico-romano), así como la tradición
literaria nacional vinculada con esta fecha (no sin dejar de tratar, como marca
el decreto, contenidos de la cultura y folclore andaluz), a través de alguna
leyenda de Bécquer o simplemente introduciéndoles en el (tan típico) mito de
Don Juan.
Y aunque debería de haberlo
intuido simplemente a partir del contraste: chucherías de jalogüin frente a “huesos
de santo”, los resultados no fueron tan satisfactorios como esperaba: “Muy bien maestro… pero… ¿cómo se decora la
clase con eso? ¿Y al final de qué nos disfrazamos?”
En mi guerra particular contra
esta fiesta, acababan de ganarme la primera batalla: imposible luchar en
igualdad de condiciones con “los de Inglés” en esta fecha.
Desde entonces, no he cejado en
mi intento de convertir Lengua Castellana y Literatura (uséase, Castellano o
Español) en una asignatura con su “momento guay en clase”:
Lo intenté con la Fiesta de la
Constitución, pero no da para mucho. Si al menos se celebrara la de 1812, se
podrían hacer actividades en torno a “dar caña al gabacho”, “la quema del Napoleón”…
aunque no sé qué opinión les merecería a “los de Francés”.
La de Andalucía es una fiesta muy
trillada aquí en Andalucía, por no decir que casi todas las áreas tendrían su
parte de “momento buen rollo”… y el protagonismo debería ser nuestro, de “los
de Lengua”
Después de mucho pensar… llevo
tiempo ideando acciones para la Hispanidad (¿cuándo mejor?): en lugar de
calaveras, carabelas; en lugar de arañas y murciélagos, los escudos de Castilla, Aragón, Granada y
León; en lugar de vampiros, hombres lobo, momias, brujas y zombis… Pinzones,
Colones, Rodrigos de Triana, Isabeles Católicas y aborígenes varios. Y muchas
chucherías. Y disfraces. Y perder, digo…
invertir tiempo en decorar la clase. Lástima que la fiesta caiga antes de
jalogüin y las ganas de hacerla me entren “a toro pasao”.