lunes, 17 de diciembre de 2012

Joaquín de Burdeos

Me comentó una compañera de departamento que (en un examen que hizo a 3º de ESO) a la pregunta sobre quién escribió "Los milagros de Nuestra Señora", un alumno respondió "Joaquín de Burdeos".
Entre bromas insistí en la necesidad de buscar a Joaquín de Burdeos para comprobar si verdaderamente fue o no el autor en la sombra del libro que popularmente se atribuye a Gonzalo de Berceo. Tras una ardua búsqueda dimos con él, y este es el mensaje que quiso que transmitiera a sus alumnos:

Mis muy estimados discentes:

 
Me sorprende encontrarme aquí, escribiéndoos unas letras con la finalidad de darme a conocer ante vuestras mercerdes. Me llamo Joaquín Ignacio Sánchez-Expósito de la Lastra, y apostaría mi fortuna a que mi nombre os pasará desapercibido. No obstante, estoy más que seguro que me reconocerán por mi sobrenombre, Joaquín de Burdeos.

En primer lugar, quisiera agradecer a vuestra profesora que me haya buscado y que compartiera conmigo tan gozosa anécdota como la que ocurriera hace unas semanas en esta misma aula. Obviamente, no fui quien escribió y dio nombre a Los milagros de nuestra señora. Desconozco, de hecho, la posible opinión que este suceso pudiera despertar en la figura del excelso Gonzalo de Berceo; no obstante –y agravios comparativos aparte– seguro que se hubiera sorprendido más de que aún se estudie su figura y sus obras, que de tan mayúscula confusión con respecto a la autoría de su libro más conocido.

No es la primera vez que mi nombre aparece en un examen escolar. De hecho, tengo el orgullo de ser una de las figuras erróneas más citadas. Tanto, que no podría poner en pie la cantidad de puntos que el alumnado ha dejado de tener al incluirme como autor de clásicos literarios, filósofo, clérigo, o incluso desempeñando la labor de descubridor y conquistador.
No es fácil ser un error; a decir verdad, me costó bastante asimilar y aceptar esta nueva condición de equivocación. No todo el mundo puede vivir siendo consciente de que su existencia está relacionada con el despiste o la ignorancia de aquellos que te citan o te nombran. Podría enumerar una larga lista de personajes anímicamente derrotados, prácticamente sin autoestima, que vagan a través de trabajos y exámenes, y que han caído en los brazos de la locura creyéndose autores de obras como Cantar de Mío Cid, Lazarillo de Tormes… o incluso Don Quijote de la Mancha.

Es, prácticamente, una labor titánica conservar tu propia identidad cuando constantemente te atribuyen hazañas o acciones realizadas por otros. De hecho, de no ser por la pronta y atenta corrección que del examen hizo, me hubiera resultado imposible quitarme de la cabeza que fui yo quien escribió, en aquel monasterio, tan magnífica compilación de historias. Aquella cruz roja en la pregunta sobre la autoría de Los milagros de nuestra señora, consiguió que mi vida y mi personalidad permanezcan intactas, que siga siendo aquel que fui… y que prácticamente todos desconocen.

Porque no soy una figura histórica de renombre, ni siquiera llegué a ser conocido más allá de las paredes de mi casa, de mi familia, de mi círculo de amigos. Posiblemente el único episodio de notoriedad fuera el que acabó originando mi sobrenombre “De Burdeos”: No podría concretar el año del Señor en el que nací; y cualquier dato o anécdota que aporte sobre la sociedad en la que me crie, tiene más posibilidades de ser error de un alumno que un dato certero. Lo que sí recuerdo casi a la perfección era que pasé los primeros años de mi vida viviendo en un hogar muy modesto: era la mía una familia casi sin recursos, tenía quince hermanos, y una madre que ganaba –trabajando en una tintorería– lo justo para que sobrevivieran, como mucho, la mitad. Pero ya conocemos a las madres, como todas, la mía intentaba hacer magia para poder llevarnos a todos adelante. Entre sus trucos sobresalían aquellos que hacía con las prendas de vestir: para ocultarnos que la ropa que lucíamos provenía de la beneficiencia, solía introducir en grandes tinajas llenas de colorante –en la tintorería, cuando nadie la veía– la ropa que le cedían. De esta manera, las prendas que heredábamos aparecían nuevas y maravillosas a nuestros ojos.

Quiso la casualidad que, durante mi primer año en el colegio, la tinaja que pillaba a mi madre más “a mano” –la menos vigilada– fuera la que convertía las diferentes tonalidades en guinda o… burdeos. Tras varios meses luciendo ropas de este color… me gané el nombre de Joaquín “el de Burdeos”. Fueron los años y diversos avatares los encargados de la desaparición del artículo.

Años más tarde –y como ya hiciera con mis hermanos mayores– quiso mi madre dejarme volar libre para que, además de tener una boca menos de la que preocuparse, pudiera hacerme un hombre de bien. Y a un ciego que pasaba por el pueblo le encomendó tan pedagógica labor, poniéndome a su servicio. Mil desventuras pasé con aquel y otros muchos amos que el destino quiso darme. ¡Quién hubiera dicho en aquellos días que acabaría siendo conocido como uno de los mayores humanistas de mi época! No fue fácil escribir Elogio de la locura, sobre todo después de acabar en galeras mi vida como pícaro. Pero sí que supuso un alivio comparado con la enorme desilusión que me provocó continuar la historia que encontré en unos legajos durante mis años en la universidad de Salamanca. En un principio, parecía fácil desarrollar lo que se contaba en aquella especie de tragicomedia, pero a medida que escribía iba siendo consciente del abismo que separaba lo que escribía y la enorme calidad del primer acto de La Celestina. Quizás por ello, quise dejar constancia de la auténtica autoría del texto cuando el azar volvió a poner en mis manos un papiro con otra historia. Desde el principio indiqué la responsabilidad de Cide Amete en todo aquel universo literario que suponía la escritura de El Quijote

Pero de todas esas historias preferiría no hablar. Me cuesta discernir bastante lo que verdaderamente forma parte de mi historia y lo que son despistes juveniles plasmados en una hoja o en las repuestas a un examen oral. Es complicado recordar tu propia historia cuando todo el mundo te atribuye momentos que no has vivido, libros que no has escrito, pensamientos que no has tenido… No recuerdo si lo dije, lo leí, o lo escribí, pero sin lugar a dudas: soy un juguete del destino.

En fin, queridos alumnos, no desvarío más. Les dejo. Espero que esta carta no les haya aburrido o disgustado, y que sepan perdonar mi atrevimiento si les digo que, la próxima vez que se enfrenten en clase a una pregunta, piensen en nosotros: De soñar con salir en los libros de historia a aparecer en respuestas incorrectas de un examen hay una gran diferencia…

Un fuerte abrazo


Joaquín de Burdeos


lunes, 10 de diciembre de 2012

Rompiendo la Maldición

Es una maldición. Cuesta trabajo llegar a descubrirlo cuando uno se encuentra completamente sumergido en la dinámica de la vida. Pero es una maldición. Una maldición terrible.
Creía que crecer era la peor de las enfermedades, pero me equivocaba. Es la más retorcida de las maldiciones. Apenas te ha dado tiempo a asimilar la adolescencia y, de repente, te descubres adulto. Es, en ese preciso instante en el que descubres el nuevo estatus, cuando tomas verdadera conciencia de dos realidades terribles: la mortalidad y el camino sin retorno que conduce a ella.
No hay vuelta atrás, no hay Delorians, no hay pócima ni magia lo suficientemente poderosa. Ya es demasiado tarde. Te encuentras inmerso en una vorágine de información, situaciones, deberes y responsabilidades… que no compensan (para nada) las ventajas que de niño y joven envidiabas de los mayores. Y, consciente de la inocencia de aquellos pensamientos, sonríes al descubrir la ironía de haber querido ser mayor durante toda la infancia… cuando ahora añoras tener unos años menos y disfrutar con plenitud de todos aquellos momentos pasados. Pero te habitúas con toda normalidad a esta nueva situación. Te sumerges en la rutina, te implicas en esta nueva vida, y comienzan a pasar los años…
La maldición surtió su efecto y los protagonistas de este cuento –que de repente se volvió oscuro, triste y monótono– viven sus nuevas vidas con la naturalidad de quienes piensan que no hay otra realidad que no sea aquella en la que viven.
Pero no hay hechizo eterno. De repente, un buen día abres los ojos y…

Descubres que la maldición (simplemente) se rompió. Sin sortilegios ni encantamientos, sin pociones ni rituales. La maldición (simplemente) desapareció. Aunque te miras al espejo y descubres las secuelas físicas que ha dejado todo ese tiempo de condena: arrugas, canas, algún que otro pelo de menos… En la mirada sigues reconociendo la alegría, los sueños y la inocencia del niño que se fue; las inquietudes, ilusiones y picaresca del joven que se fue.
Descubres que la maldición (simplemente) se rompió. No hay castillos rodeados de zarzales ni casitas en mitad del bosque, no se vive en reinos lejanos ni pueblos encantados. La maldición (simplemente) desapareció. Un vistazo a las habitaciones del piso y, aunque los muebles siguen en su sitio, te sorprende ver pequeños detalles en el “skyline” que le confieren un aspecto diferente. Un juguetillo por aquí… un chupete allá… ese enchufe tapado… El espacio físico no parece haber cambiado, pero el calor que desprende el hogar es otro. Parece que, de nuevo, tiene vida.
Descubres que la maldición (simplemente) se rompió. Sin la participación de magos ni de brujas, sin hechiceros ni hadas.  La maldición (simplemente) desapareció. Y parece mentira que una personita tan pequeñita haya obrado el milagro y nos haya salvado. Su compañía es la que nos devuelve aquello que fuimos, y su sonrisa la que nos permite serlo. Y así, por arte de magia, dejamos de ser un personaje más de la aburrida historia de los adultos para convertirnos en protagonistas de su cuento, transformándonos en papá y mamá, abuelo y abuela, tío y tía…

En mi caso, he experimentado esta magia en dos ocasiones: hace 20 años, justo cuando emprendía el camino para ser adulto, me convertí en “hermano”; y, hace hoy 1 año, me volvieron a rescatar, convirtiéndome en “tío”.
Gracias Almu. Gracias Pablo.

domingo, 25 de noviembre de 2012

PersoOnah k eskriiben

A pesar de lo que mi madre diga sobre mi talento, nunca ganaré el Nobel de Literatura. Posiblemente ni el Cervantes. No creo que caiga el Príncipe de Asturias. Es complicado que me haga con el Andersen, el Nébula o el Hugo. Todos sabemos que el Planeta "tiene truco", y el Nadal... mi perfil no es el de sus premiados. Puede ser que mi carrera de escritor de éxito acabara con aquel segundo premio que gané a finales de los 90, en el concurso literario que se lanzó en El Puerto dentro del programa "Miniurban", de promoción del tejido empresarial del centro de la ciudad.
No todos nacemos para vivir de la escritura.
Bueno, yo vivo de la escritura (y de la lectura), concretamente de enseñarla. (Pero ahora no viene al caso)

La literatura es un arte, y como tal, no tiene que responder o seguir las leyes de la lógica. Ahí están los caligramas, la escritura automática, el poema en eco... Es ESCRIBIR, así, con mayúsculas. Soy de la cruel opinión de que el talento se tiene o no se tiene. Se puede alimentar o ignorar, pero no fabricar.

Hoy me interesa la escritura que responde las leyes de la lógica. Mejor dicho, la que debería responder ante las leyes de la lógica. Hablo de escribir, así, con minúsculas.
En teoría, escribir (una vez aprendido los trazos que corresponden a las diferentes letras) no debería suponer un problema: tan solo hay que combinar símbolos... y no disponemos de más de 27. En español (o castellano, no vamos a perder el tiempo en polémicas), las palabras se escriben tal y como suenan, de manera que la única dificultad puede residir en aprender una serie de reglas, popularmente conocidas como "reglas de ortografía". Así de simple.

Pero...
Desde hace unos años vengo observando que la "política de ser políticamente correctos" de los adultos se ha unido a la (más que economía) racanería lingüística de jóvenes y adolescentes en un extraño movimiento "contracultural" cuyo único objetivo (intencionado o no) parece ir encaminado a romper con la solidez y belleza de nuestra lengua.
Si bien los orígenes pueden remontarse a la "K" antisistema (que ha pasado de icono del movimiento okupa, a comodín de todo el que se la quiera dar de moderno alternativo o perroflauta extremo), podemos decir que en los últimos años, a este castellano no lo conoce "ni la madre que la parió".
Primero fue la Economía del lenguaje: En móviles, los mensajes de texto no podían tener más de 160 caracteres. Aquel formato inició una forma de escribir que gozaba de unas reglas bastante cercanas a las que adoptábamos en la universidad cuando pillábamos apuntes a toda velocidad ("q" como forma amputada de "que", por ejemplo); pero poco duraron las "reglas no escritas" del eseemeese: llegaron la eliminación de la "h", "ch", vocales..., la "k" y "x" multiusos, y la aparición de extrañas simbologías (los emoticonos son la escritura jeroglífica del siglo XXI  XD )

Después llegó la Segregación lingüística: Un buen día, alguien pensó que nuestro idioma era machista y pelín misógino (¿una "o" como forma que englobe lo masculino y lo femenino?). Comenzaron a editarse "libros de estilo sobre el correcto uso de la lengua" (al parecer no había fines mejores en los que invertir el dinero público), y la cosa se desmadró un poco:
 - La feminización por cojones: Se ve que no era suficiente con el determinante en modo femenino, y pasamos a tener médicos y médicas, jueces y juezas, miembros y miembras... (los cambios no llegaron a los dentistos, electricistos, pediatros...)
- La arrobización desmesurada: Tras la separación en género, alguien pensó que hacían falta términos que englobaran ambos sexos. Y antes de recurrir al diccionario (ciudadanía, alumnado, por ejemplo), adoptaron la arroba (@) como término fetiche (algo así como el "pegamento imedio del lenguaje no sexista"): enfermer@, animador@, alumn@... (mi opinión sobre este estúpido fenómeno me la guardo)
- Los sucedáneos de la arroba: O "para qué conformarme con @ si puedo utilizar X, y me ahorro pulsar ctr+alt y deshacer el hipervínculo"


Una de las cosas que comento a mis alumnos en clase es que, el castellano, es un lenguaje vivo, que se nutre de las aportaciones de quienes lo usamos. Últimamente me da más la impresión de que (con tantas patadas en el estómago que se le da) no es más que un maltrecho zombi que vaga sin rumbo en busca de alguien que pueda "alimentarlo".

¿Dónde está esa que se dice "Que limpia, fija y da esplendor" cuando se le necesita?

Me parece terrible la dejadez con la que, en los últimos años, se viene usando nuestra lengua. Y sí, escribo dejadez y no incultura o analfabetismo. No hay interés por escribir correctamente, ni siquiera parece existir miedo a hacer el ridículo con lo escrito. Con lo fácil que es, si no consultar un diccionario, preguntar a alguien cómo se escribe una palabra...

martes, 23 de octubre de 2012

UN CUMPLEAÑOS MUY ESPECIAL



Una de las cosas que más pánico me da en esta vida, además de las alturas, es el compromiso. No sabría decir si tiene algo que ver con mi condición de “acuario”, pero sí que es un rasgo que me acompaña desde hace muchos años (Incapaz de hacer planes a más de tres días vista, el día que tuve que firmar un contrato de 2 años con Vodafone para conseguir un “esmarfon” fue uno de los peores momentos de mi vida...)
Quizás por ello, desde el respeto que me produce, no puedo dejar de admirar (incluso con cierta envidia) a aquellos que viven plenamente felices sus relaciones, y no solo parejiles: puesto de trabajo, vivienda, tener hijos, mascotas…
Cuando se valora como una gesta digna de elogio los más de 37 años que llevan juntos mis padres, ¿qué se puede decir de los 65 de casados que cumplen hoy mis abuelos?

65 años… se dice pronto… Y sin embargo, en ocasiones, parecen dos “tortolitos” que han comenzado a salir.
Basta solo con pasar un ratito en su compañía para comprender que lo suyo es pura magia. Una magia alimentada por el amor que se vienen profesando día a día.
La entrega y dedicación de mi abuela. Entre millones de momentos y detalles: el estricto control “pastillil” de mi abuelo. Sin alarmas de móvil ni post-it en el frigorífico. Silenciosamente, cuando llega la hora de la pastilla de turno, se levanta del sillón (no sin un gran esfuerzo) y va arrastrando los pies como buenamente puede hasta la cocina, de donde viene con un vaso de agua en una mano y la pastilla de turno en la otra. Posiblemente sepa mejor que él para qué es la pastilla que le ha traído. Una vez que comprueba que se la ha tomado, se sienta. Como  si nada hubiera pasado.
Un amor silencioso y detallista. De quien se ha acostumbrado a estar muchos años en segundo plano… pero ha llevado (y lleva) el control de su casa.
El cariño cegador de mi abuelo. Incapaz de ver (o querer ver) cómo poco a poco el cuerpo le va imponiendo ciertas limitaciones a su mujer. “La abuela está mejor que yo”, suele decir a boca llena. No se resigna que en muchos de sus paseos, ella no pueda seguirle el ritmo. Una ceguera que usar como “autodefensa”, pues, con cada achaque de la abuela, se siente morir.
Un amor expresivo y efusivo. De quien se siente nadie sin su “compañera de viaje” en esta aventura de más de 60 años. Amor desinhibido, de quien durante tantos años fue recto e inflexible  y ahora aprovecha la menor ocasión para acompañar un “¡Ay, mi vieja!” de un beso a su mujer.
El pasado sábado, celebrando en familia (¿cómo si no?) este momento, el abuelo dijo: “¡Ahora, a por los 75!” ¿Y por qué no? No hay edad cuando el espíritu, el cuerpo y las circunstancias están  de parte de uno. Hoy lo están del lado de los dos.
Esta mañana, cuando me he acercado a su casa, ella estaba guisando (arroz con pollo): “Primero caliento el caldo, después se lo echo al pollo, y cuando tu abuelo llegue de la calle, echaré el arroz. Ha ido a la farmacia, pero ya sabes que se entretendrá, dará una vuelta por ahí antes de venir a comer”.

Hay historias dignas de ser contadas. La de mis abuelos, es una de ellas.


sábado, 8 de septiembre de 2012

VIDA INTERIOR


No creo en el destino, mucho menos en el azar, pero hay situaciones que sólo pueden explicarse poniendo alguno de estos conceptos en juego. Llámalo destino, llámalo azar. La cuestión es que, sin saber cómo ni por qué,  me encuentro entre rejas.
Aquellos que descartan estos dos factores suelen acudir a dos tipos de razones para explicar las causas por las que he venido a parar a este sitio. Por un lado hay quienes hablan de un posible origen genético (herencia, predisposición), los que atribuyen todo al funcionamiento del cerebro, (fundamentalmente, mi psique), los que (en último término) creen que (mi organismo y/o yo) somos únicos culpables de mi situación.
Desde un principio acepté (no sin resignación) aquellas características negativas de mi físico así como las derivadas de mi mente, me hice plenamente consciente de mis limitaciones y, lejos de hundirme, intenté sacar el máximo provecho de estas restricciones. No creo que estos factores hayan sido “determinantes” en mi situación.
Por otro lado están los que externalizan el origen de todo al contexto, al medio que nos rodea, social, cultural, geográfico, económico, familiar… Después de interminables jornadas de reflexión, soy más partidario de esta forma de explicarlo todo. No me desentiendo de la parte de culpa que pueda albergar, tan sólo pienso que (en mayor o menor medida) me podría encontrar influenciado por algún elemento externo. Sonará a excusa barata, pero “si no hubiera nacido y crecido donde nací y crecí… no me encontraría donde me encuentro ahora mismo”. Así de fácil y de radical, así de lógico cuando se para a mirar mi historial.
No obstante, la cuestión es que me encuentro encerrado. Y lo que más me preocupa, no tengo idea de por qué ni desde cuándo. Si echo la vista atrás, todos mis recuerdos incluyen estos gruesos barrotes que segmentan mi visión del mundo.
Tengo miedo de pensar que mi reclusión sea, además de física, psicológica. Que esta situación haga que me encierre y no salga de mí mismo, que me pierda en mis pensamientos. Aunque sé que sin luz no podría vivir, me aterra que la oscuridad se apodere de mi alma, que acabe por apagarme.
Sé que toca ser fuerte, no debo desfallecer. Desconozco mi delito y mi condena. Ignoro quiénes me han traído aquí, a qué clase de designios responde mi situación. Me rodea un vacío existencial repleto de interrogantes. Sólo tengo claro que me asfixio, que necesito respirar aire puro, que quiero salir de aquí. Y mi única esperanza reside en la extraña, azarosa y frágil certidumbre de que mi crecimiento personal es el que me hará libre… Mi crecimiento personal…  necesito alimentar mi vida interior.
Mi crecimiento personal... Necesito alimentar mi vida interior....


"Mi crecimiento personal... necesito alimentar mi vida interior..."

lunes, 16 de julio de 2012

Deshumanización política (y II)

"APLAUSOS" 

“Ayúdame Obi-Wan Kenobi. Eres mi única esperanza.”(Star Wars. Episodio IV)

Ser profesor se resume principalmene en dos funciones: enseñar y evaluar. Podemos decir que la primera es la más conocida y gratificante: te preparas unos contenidos, buscas la forma idónea para transmitirlos y finalmente los pones al alcance del alumnado y los guías de manera que ellos vayan construyendo su aprendizaje. Sin embargo, la función más importante y menos grata de la profesión es la evaluación. O lo que es lo mismo, valorar en qué medida un alumno domina la asignatura (¿Qué y cuánto ha aprendido?).
No resulta sencillo evaluar. Y menos cuando conoces al alumno y sus circunstancias personales (físicas, psíquicas, emocionales), familiares, sociales, culturales, económicas... En cierta manera, con las notas se perfila el camino que el alumno va a recorrer en su vida, y en determinadas etapas estos numeritos lo mismo abren que cierran puertas (acceso a becas, nuevos estudios, repetir curso...)
Resulta lógico por ello que en la entrega de notas, sobre todo cuando el boletín encierra malas noticias, la actitud del profesor sea seria, sobria, profesional, empática... (La empatía es una cualidad que nos hace humanos: ponerse en lugar del otro, escucharle, tratar de comprender sus pensamientos, sus sentimientos...) De esta manera puede parecer inconcebible que el claustro aplauda al maestro al entregar las notas, abuchee al alumnado por sus resultados, o que simplemente el profesor de matemáticas se asome al aula  y grite "¡Que se joda!"
Hablo como docente, pero imagino que lo mismo ocurrirá a quienes ejercen la medicina cuando comunican un diagnóstico, a jueces y abogados cuando se emite un veredicto... a todos aquellos que tienen que dar la cara en su trabajo en circunstancias desagradables. Responsabilidad profesional.

No es fácil dar malas noticias, o al menos no debería ser fácil. Y sin embargo...
Nunca hemos estado tan lejos de este principio como en los últimos años. La mofa y el escarnio están a la orden del día. Y cuanto más hiriente, mejor. Programas de tv especializados en burlarse de los demás, personas que cobran por humillar públicamente a otros... y que, en contra de toda lógica, son venerados por las masas. Parece ser que la última moda consiste en reirse y regodearse de los demás y de sus desgracias.Una moda que traspasa las pantallas y se ha acomodado entre la clase política nacional.
Quizás por ello no me ha sorprendido tanto (como entristecido) el episodio vivido el pasado 11 de julio en el Congreso de los Diputados: Los sonoros aplausos que acompañaron al presidente de España tras anunciar una buena lista de recortes.

Podría debatirse largo y tendido acerca de la causa o destino de esa gran ovación (¿De verdad eran necesarios? ¿Qué se pretendía con ellos? ¿Podrían haberse evitado? ¿Estaban ensayados? ¿Quiénes participaron?...) pero el problema es mucho más profundo:

Algo marcha mal en un sistema donde estúpidos orgullos partidistas y afanes revanchistas se imponen a la cordura, la madurez y a la responsabilidad que contraen ciertos cargos (y personas). Por lo que se puede observar, nuestros políticos (en general) han perdido el norte, han olvidado a quiénes sirven, para quiénes trabajan. Esto puede explicar, no solo justificar, los bochornosos espectáculos que nos brindan en la cámara a la mínima ocasión: Ahora han sido aplausos a uno de los mayores recortes económicos de nuestra historia reciente, pero otras veces hemos podido asistir a abucheos, descalificaciones, gritos, jolgorios...

Disponemos de una turba de ególatras consentidos jugueteando con el destino de un país, ocupando el lugar que correspondería a una casta política. A una auténtica casta política: personal responsable, preparado, consciente de que todo lo que hace influye directamente sobre los ciudadanos.
Han olvidado la decencia, la seriedad y el decoro que su labor exige porque, simplemente, se sienten más realizados y poderosos ignorando que es el pueblo quien les ha colocado donde están... y quien puede quitarles de ese sitio."Clase política" que se ha desentendido de las repercusiones que conllevan todos y cada uno de sus actos, de la importancia que tienen sus palabras...
Actúan como aquellos antiguos dioses que habitaban en el Monte Olimpo, que hacían y deshacían a su libre voluntad, jugando con los destinos y vidas de los mortales mientras los ciudadanos se quejan, lamentan y comienzan a movilizarse al verse maltratados y humillados por sus "dioses" (Yo incluso rezo para que los "viejos titanes" no despierten...)

Nos encontramos en un momento especialmente delicado. Los continuos sacrificios del pueblo, lejos de venir acompañados por otros de la élite política, se "premian" con gestos y actitudes de desidia general que, o comienzan a cuidarse entre nuestros gobernantes o, mucho me temo, podría costarles algo más que el puesto.

viernes, 13 de julio de 2012

Deshumanización política (I)

" QUE SE JODAN" 

"Son tiempos adversos para la rebelión" (Star Wars, Episodio V)

En ocasiones resulta bastante complicado hacer ver al alumnado la importancia que tiene una asignatura como "Lengua Castellana y Literatura", no sólo para leer y escribir correctamente, sino para desenvolverse adecuadamente en cualquier contexto o situación que le toque a uno vivir.
Creen que, al saber hablar y dominar (un nivel base, y a duras penas) la lengua materna, tienen derecho a usarlo libremente según les venga en gana (Este curso me topé con un alumno que, ante la dirección, argumentaba como defensa tras insultar a una profesora, que si las palabras que usó existían, eran para utilizarse), y no se lo reprocho: es lo que ven y oyen en la calle, en casa, en tv, cine...
La "democratización del lenguaje" ha derivado en una "anarquía lingüística" donde todo vale. Nuestro bello idioma se ha convertido más en arma arrojadiza que en instrumento de comunicación. Y a partir de aquí desaparecen argumentos a favor de insultos y descalificaciones, se pierde la capacidad de razonar y tras todo esto, las formas.

Por regla general, el alumnado debería venir  cagado, meado, desayunado y educado de casa. Las dos primeras son batallas perdidas. Es triste comprobar cómo muchos acuden sin un maldito colacao en sus estómagos (de la tostada, ni hablamos), pero llega a ser terrible descubrir cómo la labor educativa es casi  exclusiva de nuestro gremio. Tras aparcar al alumnado en el centro, somos quienes debemos cuidarlos, vigilarlos, instruirlos y educarlos. No me quejo de esta función (resulta complicado realizar mi trabajo de una forma aséptica, sin acercarles actitudes y valores que les sirvan para vivir en sociedad), pero sí de la sensación de desempeñarla en contra de muchas familias, de los medios de comunicación, de la sociedad, y últimamente, incluso de la clase política.

Las trabas administrativas son casi "de la familia". Son un auténtico calvario y convierten el más maravilloso de los oficios en una tortura insufrible. Pero son algo con lo que convivimos desde que entramos a trabajar. Ahora bien, que contra la  labor educativa se interponga la actitud de la clase política es un mal que no esperaba en una democracia.
Más allá de la "Educación para la ciudadanía", en el día a día del aula y mi asignatura, lucho por fomentar en mis alumnos valores que permitan la convivencia y, sobre todo, el respeto: acatar el turno de palabra, dirigirse correctamente a los demás, cuidar el tono...

Por eso, oír a un político de nuestro país, a uno de nuestros gobernantes gritar "¡Que se jodan!" me ha molestado muchísimo.

Dejando aparte el contexto y las implicaciones directas de esta expresión, así como las justificaciones posteriores de quien lo emitió, "que se jodan" (al igual que el mítico "manda huevos") no hace más que refrendar lo que pienso: ¿una autoridad pública, una ministra, una persona que trabaja para todo un país mostrando esas formas, utilizando esa expresión, ese "lenguaje"?
"Que se joda" no hace más que reforzar mi sensación de que no todo el mundo debería tener derecho a usar "la lengua". Más que desacertada, esta expresión, tono y actitud constituyen todo lo que intento combatir con mi trabajo.
Me molesta la expresión.
Me molesta esa forma esquiva de justificar su despropósito (con independencia de a quién se lo dijera)
Pero sobre todo, me molesta que su jefe, y último responsable de los actos de sus ministros, no haya salido a pedir disculpas.

martes, 13 de marzo de 2012

CONVERSACIONES CON LA MÁQUINA DE CAFÉ


Colaboración para Proyecto Iris

Después de mucho tiempo detrás de ella, y tras continuos problemas y cancelaciones, aprovechamos un “huequito” en una hora libre para conversar tranquilamente con uno de los pilares fundamentales sobre los que se cimenta la labor educativa del IES Ciudad de Algeciras; alguien sin cuyo trabajo, la labor docente resultaría (sobre todo a primeras horas) insufrible: la máquina de café de la sala de profesores.

FG- Ante todo, y en primer lugar, muchísimas gracias por brindarnos esta oportunidad de conocerla un poco más. Sabemos que no ha sido fácil hacernos un hueco en una agenda tan apretada como la suya, todo el día enchufada y atenta a las necesidades y peticiones de nosotros, el profesorado.

MC- Ja, ja, ja… más que el profesorado, todo el personal del centro. Pero dejémoslo así, con toda esta presentación y palabrería me vas a hacer ruborizar, dicho así, parece que soy alguien importante.

FG- Créame, para muchos eres esa “pila” que nos hace funcionar. Al hilo de su comentario, la primera pregunta resulta obligada: ¿Cómo lleva alguien como usted, cuya labor es tan importante para el funcionamiento del centro y de sus trabajadores, ese papel secundario al que parece encontrarse relegada? Aquí, en un rinconcillo oculto de la sala de profesores…

MC- Pues no sé qué decirte… bueno sí, por favor, nada de usted, me haces sentir mayor… y después de tantos meses, creo que hay confianza… La verdad es que no le doy mucha importancia a mi emplazamiento, no me fijo en eso. Además, lo que para ti puede ser un rinconcillo oculto, para mí es un lugar íntimo y agradable donde disfruto de la compañía del frigorífico, el microondas, el tostador… Y con respecto a lo primordial de mi labor, se lleva con cierto orgullo. No resulta fácil suplir las carencias de una cafetería de instituto y mantener los niveles cafeínicos del personal del centro. Pero se lleva con satisfacción.

FG- A propósito de su labor, imagino que trabajar en un lugar tan privilegiado en un centro educativo como la sala de profesores debe hacerle testigo de mil una anécdotas, historias y comentarios… ¿podría compartir alguna?

MC-¡Bueno! Podría pasar horas y horas hablando de todo lo que sucede y se cuece dentro de la sala de profesores, aunque lamento decir que “lo que pasa dentro de la sala de profesores se queda en la sala de profesores”. Lo que sí puedo decir es que reina muy buen ambiente.

FG- Dejemos aparte el centro y sus integrantes. Háblenos un poco de usted…

MC- Pues… soy una máquina de café. Jajajajajaja. Técnicamente podría decir que soy una máquina Azkoyen modelo Tempossl, perteneciente al Grupo Azkoyen y distribuida por Gazul Vending. Ofrezco hasta 10 tipos de productos: café solo, solo largo, cortado y con leche, capuchino, chocolate, chocoleche (el colacao de toda la vida), leche manchada, leche y té. Dando la posibilidad de optar por descafeinado, más o menos azúcar, y el uso o no de vaso de plástico. ¿Un secreto? La leche es en polvo.

FG- Imagino que conocerá la polémica suscitada en torno a la arbitrariedad con la que distribuye los palitos para remover el café…


MC- Pues sí que ha llegado a mis oídos. Aunque no deja de ser frustrante ver la taza llena de palitos sobre la mesa, comprendo la desconfianza. Pero… verás… ya se sabe… trabajar en la enseñanza puede ser muy estresante… y, como todos, hay días y días…

FG- Veo que hay compañeros a la espera de hacerse con uno de tus cafés, no te robo más tiempo. Muchísimas gracias por este ratico. Sólo una última pregunta: ¿Es cierta la leyenda urbana en la que se dice que repartes café gratis entre los profesores?

MC- Jajajajaja… ¿es cierto que regalas sobresalientes entre tus alumnos? Jajajajaja…

Profesor Francisco González.


Foto 1: A las 8:15 de la mañana, antes del café.
Foto 2: A las 13:30 del mediodía, tres cafés después.