sábado, 8 de septiembre de 2012

VIDA INTERIOR


No creo en el destino, mucho menos en el azar, pero hay situaciones que sólo pueden explicarse poniendo alguno de estos conceptos en juego. Llámalo destino, llámalo azar. La cuestión es que, sin saber cómo ni por qué,  me encuentro entre rejas.
Aquellos que descartan estos dos factores suelen acudir a dos tipos de razones para explicar las causas por las que he venido a parar a este sitio. Por un lado hay quienes hablan de un posible origen genético (herencia, predisposición), los que atribuyen todo al funcionamiento del cerebro, (fundamentalmente, mi psique), los que (en último término) creen que (mi organismo y/o yo) somos únicos culpables de mi situación.
Desde un principio acepté (no sin resignación) aquellas características negativas de mi físico así como las derivadas de mi mente, me hice plenamente consciente de mis limitaciones y, lejos de hundirme, intenté sacar el máximo provecho de estas restricciones. No creo que estos factores hayan sido “determinantes” en mi situación.
Por otro lado están los que externalizan el origen de todo al contexto, al medio que nos rodea, social, cultural, geográfico, económico, familiar… Después de interminables jornadas de reflexión, soy más partidario de esta forma de explicarlo todo. No me desentiendo de la parte de culpa que pueda albergar, tan sólo pienso que (en mayor o menor medida) me podría encontrar influenciado por algún elemento externo. Sonará a excusa barata, pero “si no hubiera nacido y crecido donde nací y crecí… no me encontraría donde me encuentro ahora mismo”. Así de fácil y de radical, así de lógico cuando se para a mirar mi historial.
No obstante, la cuestión es que me encuentro encerrado. Y lo que más me preocupa, no tengo idea de por qué ni desde cuándo. Si echo la vista atrás, todos mis recuerdos incluyen estos gruesos barrotes que segmentan mi visión del mundo.
Tengo miedo de pensar que mi reclusión sea, además de física, psicológica. Que esta situación haga que me encierre y no salga de mí mismo, que me pierda en mis pensamientos. Aunque sé que sin luz no podría vivir, me aterra que la oscuridad se apodere de mi alma, que acabe por apagarme.
Sé que toca ser fuerte, no debo desfallecer. Desconozco mi delito y mi condena. Ignoro quiénes me han traído aquí, a qué clase de designios responde mi situación. Me rodea un vacío existencial repleto de interrogantes. Sólo tengo claro que me asfixio, que necesito respirar aire puro, que quiero salir de aquí. Y mi única esperanza reside en la extraña, azarosa y frágil certidumbre de que mi crecimiento personal es el que me hará libre… Mi crecimiento personal…  necesito alimentar mi vida interior.
Mi crecimiento personal... Necesito alimentar mi vida interior....


"Mi crecimiento personal... necesito alimentar mi vida interior..."