martes, 23 de octubre de 2012

UN CUMPLEAÑOS MUY ESPECIAL



Una de las cosas que más pánico me da en esta vida, además de las alturas, es el compromiso. No sabría decir si tiene algo que ver con mi condición de “acuario”, pero sí que es un rasgo que me acompaña desde hace muchos años (Incapaz de hacer planes a más de tres días vista, el día que tuve que firmar un contrato de 2 años con Vodafone para conseguir un “esmarfon” fue uno de los peores momentos de mi vida...)
Quizás por ello, desde el respeto que me produce, no puedo dejar de admirar (incluso con cierta envidia) a aquellos que viven plenamente felices sus relaciones, y no solo parejiles: puesto de trabajo, vivienda, tener hijos, mascotas…
Cuando se valora como una gesta digna de elogio los más de 37 años que llevan juntos mis padres, ¿qué se puede decir de los 65 de casados que cumplen hoy mis abuelos?

65 años… se dice pronto… Y sin embargo, en ocasiones, parecen dos “tortolitos” que han comenzado a salir.
Basta solo con pasar un ratito en su compañía para comprender que lo suyo es pura magia. Una magia alimentada por el amor que se vienen profesando día a día.
La entrega y dedicación de mi abuela. Entre millones de momentos y detalles: el estricto control “pastillil” de mi abuelo. Sin alarmas de móvil ni post-it en el frigorífico. Silenciosamente, cuando llega la hora de la pastilla de turno, se levanta del sillón (no sin un gran esfuerzo) y va arrastrando los pies como buenamente puede hasta la cocina, de donde viene con un vaso de agua en una mano y la pastilla de turno en la otra. Posiblemente sepa mejor que él para qué es la pastilla que le ha traído. Una vez que comprueba que se la ha tomado, se sienta. Como  si nada hubiera pasado.
Un amor silencioso y detallista. De quien se ha acostumbrado a estar muchos años en segundo plano… pero ha llevado (y lleva) el control de su casa.
El cariño cegador de mi abuelo. Incapaz de ver (o querer ver) cómo poco a poco el cuerpo le va imponiendo ciertas limitaciones a su mujer. “La abuela está mejor que yo”, suele decir a boca llena. No se resigna que en muchos de sus paseos, ella no pueda seguirle el ritmo. Una ceguera que usar como “autodefensa”, pues, con cada achaque de la abuela, se siente morir.
Un amor expresivo y efusivo. De quien se siente nadie sin su “compañera de viaje” en esta aventura de más de 60 años. Amor desinhibido, de quien durante tantos años fue recto e inflexible  y ahora aprovecha la menor ocasión para acompañar un “¡Ay, mi vieja!” de un beso a su mujer.
El pasado sábado, celebrando en familia (¿cómo si no?) este momento, el abuelo dijo: “¡Ahora, a por los 75!” ¿Y por qué no? No hay edad cuando el espíritu, el cuerpo y las circunstancias están  de parte de uno. Hoy lo están del lado de los dos.
Esta mañana, cuando me he acercado a su casa, ella estaba guisando (arroz con pollo): “Primero caliento el caldo, después se lo echo al pollo, y cuando tu abuelo llegue de la calle, echaré el arroz. Ha ido a la farmacia, pero ya sabes que se entretendrá, dará una vuelta por ahí antes de venir a comer”.

Hay historias dignas de ser contadas. La de mis abuelos, es una de ellas.