Una de las cosas que más pánico
me da en esta vida, además de las alturas, es el compromiso. No sabría decir si
tiene algo que ver con mi condición de “acuario”, pero sí que es un rasgo que
me acompaña desde hace muchos años (Incapaz
de hacer planes a más de tres días vista, el día que tuve que firmar un
contrato de 2 años con Vodafone para conseguir un “esmarfon” fue uno de los
peores momentos de mi vida...)
Quizás por ello, desde el respeto
que me produce, no puedo dejar de admirar (incluso con cierta envidia) a
aquellos que viven plenamente felices sus relaciones, y no solo parejiles: puesto
de trabajo, vivienda, tener hijos, mascotas…
Cuando se valora como una gesta
digna de elogio los más de 37 años que llevan juntos mis padres, ¿qué se puede
decir de los 65 de casados que cumplen hoy mis abuelos?
65 años… se dice pronto… Y sin
embargo, en ocasiones, parecen dos “tortolitos” que han comenzado a salir.
Basta solo con pasar un ratito en
su compañía para comprender que lo suyo es pura magia. Una magia alimentada por
el amor que se vienen profesando día a día.
La entrega y dedicación de mi
abuela. Entre millones de momentos y detalles: el estricto control “pastillil”
de mi abuelo. Sin alarmas de móvil ni post-it en el frigorífico.
Silenciosamente, cuando llega la hora de la pastilla de turno, se levanta del
sillón (no sin un gran esfuerzo) y va arrastrando los pies como buenamente
puede hasta la cocina, de donde viene con un vaso de agua en una mano y la
pastilla de turno en la otra. Posiblemente sepa mejor que él para qué es la
pastilla que le ha traído. Una vez que comprueba que se la ha tomado, se
sienta. Como si nada hubiera pasado.
Un amor silencioso y detallista.
De quien se ha acostumbrado a estar muchos años en segundo plano… pero ha
llevado (y lleva) el control de su casa.
El cariño cegador de mi abuelo.
Incapaz de ver (o querer ver) cómo poco a poco el cuerpo le va imponiendo
ciertas limitaciones a su mujer. “La abuela
está mejor que yo”, suele decir a boca llena. No se resigna que en muchos
de sus paseos, ella no pueda seguirle el ritmo. Una ceguera que usar como “autodefensa”,
pues, con cada achaque de la abuela, se siente morir.
Un amor expresivo y efusivo. De quien
se siente nadie sin su “compañera de viaje” en esta aventura de más de 60 años.
Amor desinhibido, de quien durante tantos años fue recto e inflexible y ahora aprovecha la menor ocasión para
acompañar un “¡Ay, mi vieja!” de un beso a su mujer.
El pasado sábado, celebrando en
familia (¿cómo si no?) este momento, el abuelo dijo: “¡Ahora, a por los 75!” ¿Y por qué no? No hay edad cuando el
espíritu, el cuerpo y las circunstancias están de parte de uno. Hoy lo están del lado de los
dos.
Esta mañana, cuando me he
acercado a su casa, ella estaba guisando (arroz con pollo): “Primero caliento el caldo, después se lo
echo al pollo, y cuando tu abuelo llegue de la calle, echaré el arroz. Ha ido a
la farmacia, pero ya sabes que se entretendrá, dará una vuelta por ahí antes de
venir a comer”.
Hay historias dignas de ser
contadas. La de mis abuelos, es una de ellas.
1 comentario:
"Hay historias dignas de ser contadas". Está claro que la de tus abuelos es una de ellas, pero si además, se narra como sólo tú sabes hacerlo, aún resulta más mágica.
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