Lo lamento mucho, pero así es.
Posiblemente sea uno de los pocos
personajes de ficción hacia los que he desarrollado cierta intolerancia y aversión,
pero no puedo evitarlo. Odio, odio, odio a Peter Pan.
He visto las películas que sobre
él han hecho (algunas, varias veces incluso) y leído el libro de Barrie en
busca de un detalle al que agarrarme para evitar toda esta antipatía que he
venido desarrollando hacia el “niño eterno”. Fue en vano.
No recuerdo el momento en el que
la idolatría se transformó en repulsión. Pero, la cuestión es que todo
desembocó en desprecio al comprobar que, más que un niño, estamos ante un
puñetero preadolescente, con las bondades y lindezas que representan. Esa
prepotencia, soberbia, la altivez y seguridad con la que se mueve y dirige a
los demás no es característica de un niño. Más bien son rasgos de una mente
inquieta dominada por unas hormonas en estado de guerra: ¡Es un maldito
adolescente!
Terrible descubrimiento que,
entre otras creencias de mi niñez, ha destrozado mis propios fantasmas personales:
ahora me aterroriza más que antes pensar que poseo el síndrome que lleva su
nombre (añoro mi infancia, no aquella desastrosa pubertad)… y, encima, me
identifico muchísimo más con la figura de James Garfio, su terrible enemigo.
Una simple revisión de este
clásico de la literatura infantil, no hace más que reforzar lo que, sin duda,
es una verdad a gritos: la historia distorsiona la realidad, nada es tal y como
se cuenta: ¿De verdad son Garfios y sus piratas los malos de la función, o no son
más que una excusa, una cortina de humo, bajo la que el terrible Pan gobierna
con mano de hierro a los Niños Perdidos?
No pequemos de inocentes, estamos
ante un caso de adolescente rebelde, negativista y desafiante, cuya lucha contra
el sistema las leyes establecidas llegan al extremo de no querer crecer. No nos
dejemos engañar: no es un niño.
Son pequeños gestos y detalles
los que le delatan: la atracción que siente hacia Wendy (que le lleva incluso a
secuestrarla y llevarla a nunca Jamás); el juego “a dos bandas” que se trae con
ella y Campanilla (usando a esta segunda a su antojo con la finalidad de que le
facilite el polvo de hadas); la irresponsabilidad y despreocupación hacia
cualquier obligación o tarea que implique cierta responsabilidad; ese espíritu
subversivo que le lleva a estar siempre por encima del bien y del mal, siempre
llevando la contraria a los adultos (por no hablar de esa imagen del adulto
como enemigo, bien sea pirata, bien sea indio)…
Incluso el tratamiento que se hace de Garfio refleja ese odio hacia el universo adulto y la veneración por el tópico literario del carpe diem: ¿de dónde si no viene esa aversión del capitán por los relojes... o el símbolo del cocodrilo que le comió la mano y le persigue? Hasta la tradición teatral lleva
implícita la relación adulto=pirata=malo (los papeles de Garfio y Sr. Darling son
representados por el mismo actor)
Pudiera ser que mi lado “maestro”
sea el que hable por mí, pero me niego, me niego, a concebir que el bueno de la
historia sea un ser tan azaroso, voluble y violento como Peter Pan. ¿Qué se
supone que trataba de mostrarnos o enseñarnos J.M.Barrie cuando escribía esta
historia?
¿Acaso Garfio y sus piratas eligieron ser adultos?
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