Recibo esta
mañana de sábado una simpática y curiosa felicitación: la RAE, entidad cuyas
reglas y principios intento fomentar y preservar desde las trincheras (perdón, las
aulas de los institutos de secundaria en los que trabajo), cumple hoy la
friolera de 300 años: Un 3 de agosto de 1713, el marqués de Villena dio un pequeño
paso para el hombre y un gran paso para nuestra lengua.
Buenas noticias
de no ser por el caótico momento por el que atraviesa nuestro castellano:
completamente perdido y desorientado en plena globalización, sin acabar de
adaptarse al aluvión de nuevos términos extranjeros vinculados con las nuevas tecnologías, sufriendo los ataques
lingüísticos de extremistas movimientos ginecocráticos, masacrado en las redes sociales y experimentando la
normalización de incorrecciones sintácticas y errores gramaticales y
ortográficos.
Lejos queda
aquello de “limpia, fija y da esplendor” en momentos como este en el que la
Academia ha perdido completamente el norte con la puesta en marcha de gramáticas
y ortografías unificadoras, como si en España y en los diferentes rincones de
Hispanoamérica usáramos el idioma de la misma manera.
Algo funciona mal
en la Academia cuando el segundo idioma más hablado del mundo es ninguneado
fuera de nuestras fronteras de la forma en la que lo está siendo. De pequeño se
decía que el inglés era el idioma del futuro, y es ahora (en el futuro) cuando
descubrimos que verdaderamente era el nuestro: se habla castellano en todos y
cada uno de los rincones del mundo.
No deja de
resultarme indignante viajar por Europa y descubrir que andamos huérfanos de
una institución que verdaderamente luche por nuestros intereses como castellanoparlantes
y/o castellanolectores. Mucho Instituto Cervantes por el mundo y cuando llega la
hora de la verdad resulta una gesta titánica encontrar material informativo,
cultural, turístico… variado y decente en nuestro idioma más allá del típico "todoterreno para turistas".
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Plaza de España de Bruselas, o Plaza Marsupilami |
De entre las
decepciones más importantes: Bruselas. ¡Bruselas! Esa ciudad tan… cosmopolita,
crisol de culturas, centro político de Europa
en el que tienen cabida tooodas las naciones de la UE… pero no la
segunda lengua más hablada del mundo. Museos en los que, si eres español, te dan
un mísero archivador con folios sueltos en el que puedes encontrar las traducciones
a tu lengua de todos los paneles (aunque no la ubicación de los mismos),
librerías que presumen de tener material en todos los idiomas (incluso los más
peregrinos) pero ni siquiera localizas la etiqueta “castilian” (de libros y BDs
ni hablamos), guías y mapas locales “in english”…
300 años de RAE y
en todo este tiempo no hemos sido capaces de encontrar el respeto de nuestros
vecinos de continente en lo que a idiomas se refiere. Aunque, teniendo en
cuenta que no somos capaces de conseguir que el castellano deje de estar en
situación de diglosia en determinadas Comunidades Autónomas de nuestro país, no
sé de qué me escandalizo…