viernes, 26 de noviembre de 2010

PINCHAZOS CONTRA LA VIOLENCIA

El pasado 25 de noviembre se celebró el Día en contra de la Violencia de Género. Un evento importante y sobre el que (de cuál no) se realizaron numerosas actividades en el centro: proyección de un video de sensibilización, contrucción de murales,charlas y debates en las sesiones de tutoría, y reparto de lacitos blancos.

Aunque ahora no seamos capaces de recordarlo, no hace mucho casi nos quedamos sin colores que lucir: el lazo rojo del sida, verde contra las drogas, negro contra el terrorismo, naranja, el rosa contra el cáncer de mama, el morado, lavanda, amarillo, gris, plata, arco iris... de manera que era inevitable salir a dar una vuelta por la calle un buen día y no llegar con uno sujeto de la solapa de la chaqueta por un finísimo alfiler.
Quizás por ello me invadió brevemente la nostalgia cuando, en el pasillo del centro, unas alumnas me "impusieron" el lazo...
Más tarde me invadió la tristeza cuando, al finalizar la jornada, descubrí que había sancionado con partes de conducta a varios alumnos que habían estado usando la aguja para dedicarse a pinchar a los compañeros en el aula.

Un símbolo para la reivindicación en contra de la violencia, convertido en instrumento de agresión... Más triste que irónico.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

TAMBIÉN LOS ÁRBOLES VAN A LA PELUQUERÍA

Cierta mañana de domingo vagando por las calles de Guadix, sin saber cómo ni por qué, di a parar a un parque urbano. Un sitio idóneo donde evadirse del mundanal ruido y disfrutar del solecito... cuando el tiempo lo permita.
Entre arbustos, troncos, piedras y columpios había una serie de azulejos con poemas dedicados a diferentes tipos de árboles. No soy poeta ni entiendo de poesía (a pesar de mi oficio) pero, de entre todo lo que leí, me quedé con una estrofa: "antorchas de mi calle".
No deja de ser una simple cursilería, aunque cuando paseaba de regreso a casa y veía esas hojas amarillentas... descubrí que, más que teas ardientes, son personas.
A la izquierda tenemos un típico ejemplar de Árbol Hojapédico (el calvo de toda la vida), que hace más literal que nunca ese dicho de "hace un frío que pela". La hoja caduca de este ejemplar caducó hace tiempo (lo lamento, el chiste era inevitable)

Aquí, un Árbol Cuarentón, prueba de que, también los grandes vegetales peinan canas. Sin lugar a dudas, parece ser que aún nadie ha inventado el "just for trees".

Curiosamente, las similitudes entre la floresta accitana y los seres humanos van más allá de las que pueden extraerse de estas dos instantáneas. Es muy normal que no me crean, pero, aquí, también los árboles van a la peluquería.

Los hay que aprovechan el frío de la noche para ponerse y lucir unas bonitas mechas en sus ramas, mostrando un curioso contraste entre el natural de sus hojas y unas bonitas vetas color caoba. A la izquierda, una típica muestra de Árbol Moreno de Bote.

También existen los que, por temor o vergüenza de su alopecia, se realizan injertos, los conocidos Árboles con bisoñé... no muy vistosos.

Pero de todos los que hay, el más curioso es el Árbol Rastafari, con el que me encontré en una zona no muy vistosa de un parque, y en el que puede observarse el típico peinado "rasta" de sus ramas, tan popular entre los aficionados a Jamaica, Bob Marley, el Reaggae y cierta planta a la que llaman como a mi hermana.

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Puede que por ello, y viendo esta pequeña imagen, más de un ejemplar accitano deba plantearse acudir a una clínica especialista en el cuidado del cabello...

miércoles, 17 de noviembre de 2010

FÍSICA DE LO COTIDIANO

Aunque las famosas bajas temperaturas de esta zona no tardarán en llegar (por ahora no se ha pasado de -1ºC), el fresquito matutino es una realidad más que palpable: pañuelos palestinos, bufandas, bragas que tapan hasta la nariz, algunos que otros guantes... marcan el preludio de un frío que está esperando a la vuelta de la esquina.

Se dice que más sabe el diablo por viejo, que por diablo. Y no hace falta ser adivino para comprobar que, a sus 16 años, los alumnos conocen mil y una tretas para esquivar (de alguna u otra forma) este frío que conocen desde su más tierna infancia:
- El llegar tarde a primera hora garantiza mesa en salón calentito... en una cafetería que hay a unos metros del centro. Y entre colacaos y cafés puede verse cómo asoma tímidamente algún que otro carajillo.
-El pasillo que da a la biblioteca, sala de profesores, jefatura de estudios y sala de convivencia, aunque desagradable en el recreo por el vaivén de maestros, constituye un entorno proclive para reuniones de alumnos al ser estrechito y contar con varios calefactores.

No obstante, me quedo con esta muestra de genialidad y sabiduría de la que, diariamente hacen uso mis alumnos (¡Adónde podrían llegar si aplicasen estos dotes a la adquisición de conocimientos!)
La imagen está tomada una mañana cualquiera en una de las aulas del instituto: bocadillos, previamente aplastados para poder ser introducidos en el radiador, aguardan desde las 8:15 el momento del recreo (10:15). Fundamental es que el bocata (de carne con tomate, jamón y queso, o simple chacina) venga elaborado de casa y debidamente envuelto en papel de plata, pues, en la cafetería del centro los despachan en bolsa de plástico, "que conserva muy mal el calor, maestro".

La física aplicada a situaciones cotidianas...

miércoles, 10 de noviembre de 2010

LA EXTRAÑA E INCOMPRENSIBLE INFLUENCIA DE LAS PIZZAS BARBACOAS SOBRE LOS SEMÁFOROS EN ROJO

Me ha vuelto a pasar, cuando me he querido dar cuenta llevaba casi cinco minutos en la esquina, junto al semáforo, mirando al cielo, a la oscuridad, al vacío. Más de uno, al pasar junto a mí ha buscado adónde se dirigía mi mirada perdida. No lo ha encontrado. Al igual que yo, que por mucho que he observado atentamente, no he podido localizar, tampoco esta vez, ningún foco.

No es la primera vez que me ocurre: embebido en mis propios pensamientos, intentando encontrar sentido a todo lo que veo, vivo, me pasa, me rodea… llego a la conclusión de que “hay truco”. No puede ser todo tan extraño, tan arbitrario, tan azaroso… Así que me paro en seco y busco algún indicio que demuestre que, como en “El Show de Truman”, soy el centro de un mundo especialmente diseñado para estudiar y contemplar mis pensamientos, acciones y decisiones.

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Puede parecer paranoico, pero a veces todo encaja, hay ocasiones en que mi tesis tiene sentido… hasta el punto en el que casi puedo oír muy débilmente la voz de un narrador omnisciente describiendo todo lo que me ocurre, hago y pienso; como le ocurría a Will Ferrer en “Más extraño que la ficción”. Y me pregunto, entre curioso y cínico con qué palabras, la cruel autora de las páginas que protagonizo –pues solo una mente femenina puede urdir una historia así–, ha pensado despacharme y terminar su obra.

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Creo que debería dejar de tomar pizzas barbacoas del Día

CONFESIONES

Nunca imaginé que acabaría de esta forma, rompiendo todas y cada una de las reglas que, en su día, juré cumplir y respetar.

Es curioso, pero aquí en la tierra nadie ha parecido darse cuenta de ello. Lo que no deja de ser un gran alivio… al menos para nosotros.

Cierto es que aquí abajo las personas tienen suficientes motivos de preocupación –les invaden bastantes quebraderos de cabeza– como para ponerse trascendentes y plantearse qué puede estar pasando por aquí arriba. Más aún en estos años en los que ni los creyentes pueden dejar de pensar en cosas terrenales… y a nadie le parece interesar los asuntos celestiales.

La historia de la humanidad es cíclica, todo se repite: cada determinados periodos de tiempo suelen darse picos altos y bajos, grandes avances y subidas (el descubrimiento del fuego, el Renacimiento, la Revolución Industrial…) y grandes caídas (la peste, la Santa Inquisición, las Guerras Mundiales, la Gran Depresión…) No hace falta ser un entendido para darse cuenta de que estamos inmersos en una de las segundas. Quizá pueda parecer una exageración, incluso pensarán que soy un agorero; créanme, lo que han visto y vivido no es nada en comparación con lo que espera.

Pero por favor, que a nadie le invada el pánico. Se ha salido de situaciones peores y ésta no va a ser una excepción. El final no es inminente… aunque se encaminan, de forma imparable, a la última curva de la carrera.

Pero, antes de seguir divagando, permítanme comenzar por el principio:

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Al nacer no se suele entregar un libro de instrucciones al recién llegado en el que se expliquen cuestiones trascendentales como el sentido de la vida (para qué se está aquí, qué se supone que se debe hacer o a qué poder aspirar), un manual en el que se aporten consejos, datos o instrucciones que puedan hacer de la estancia en este mundo algo tranquilo y placentero… De hecho, sería una gran idea que se hicieran unos tutoriales para los pequeños del tipo “Cómo crecer y madurar decentemente sin morir o traumatizarse en el intento”. Pero hasta que la ciencia y la tecnología hagan posible el injerto de puertos USB en los recién nacidos… cada uno tendrá que aprender a solucionarse solito los problemas… atendiendo al lugar y a la clase social a la que pertenezca.

Se supone que los seres humanos habéis nacido libres, que fue el mejor regalo que se os dio cuando se os concedió la vida. Pero visto adonde os encamináis, sobra decir que no sois capaces de desenvolveros en este mundo con la suficiente madurez. No es un descubrimiento nuevo, y el que llevemos milenios entre vosotros es un hecho que lo corrobora. No sois malos, pero tendéis a perderos con facilitad, necesitáis una brújula a vuestro lado que os oriente. Y ahí es donde entramos nosotros, “la organización”.

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Como en cualquier corporación que se precie, existen procedimientos y estrategias para encarar y superar tiempos difíciles como estos días aciagos por los que atravesamos. Un plan de crisis que, debido a las innumerables ocasiones en las que se ha tenido que poner en marcha, se ejecuta con el ajuste y la perfección de los pasos de baile en un concurso de bailes de salón. La hoja de ruta contiene un único objetivo: superar la crisis con éxito. Y para ello no se repara en gastos, no se escatiman recursos, nada es suficiente para poder alcanzar el equilibrio.

Un equilibrio que, por otra parte, rara vez se consigue: cuando comienzan a hacerse visibles algunas mejoras en unos campos o estamentos de la sociedad, hay carencias en otras zonas o aspectos. Y es que, en nuestro oficio, nunca hay final, nunca hay descanso. Siempre existirán situaciones faltas de justicia, momentos difíciles de encarar, personas necesitadas de apoyo. Siempre se nos necesita, se requiere de nuestros servicios…

Por lo general, se cuenta con una plantilla fija de trabajadores –aunque por la jerarquía y la forma de desarrollar su labor sería más ilustrativo denominarlos “soldados”– que suele desarrollar el trabajo de campo. Un equipo bastante competente y experimentado que se encarga de solventar las situaciones y problemas ordinarios de cada uno de nuestros clientes, y cuya mejor baza es la experiencia acumulada a lo largo de todos estos siglos de bagaje profesional. La hoja de ruta es simple y clara: acompañar al cliente, estar con él, apoyarlo escucharlo y asesorarlo en todo momento, darle la confianza suficiente en sí mismo para que sus temores, inseguridades y autoestima no sean un problema en su vida. Todas las acciones que se estimen necesarias para ayudar, con dos pequeñas salvedades.

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LA PRIMERA SALVEDAD

La primera es bastante simple y lógica: el cliente no puede ni debe saber bajo ningún concepto que se está trabajando para él. Es importante que la organización y sus fines sean invisibles para él y para toda la sociedad. No beneficiaría en nada a los humanos el descubrir que los auténticos impulsores de sus mejores decisiones y acciones –quienes estamos detrás de su “lado bueno”– somos nosotros.

Quizás por ello, desde que hicimos aparición hace muchísimo tiempo, nos hemos venido presentando ante ustedes a vuestra imagen y semejanza. Como pueden ver, somos personas normales y corrientes que tenemos nuestra propia vida, nuestras propias familias, amistades, circunstancias, problemas…que desarrollamos en todo momento en paralelo (intentando compatibilizarlo de la mejor manera posible) con nuestra misión.

Llegados a este punto permítanme que haga un pequeño paréntesis en mi narración. No hace falta ser adivino ni telépata para saber que todo lo que estoy diciendo choca con los esquemas y las ideas preconcebidas que tienen sobre nosotros. Y, excúsenme, pero me resulta inevitable sonreír. No somos más que parte de una mitología religiosa en la que creían en su infancia y a la que, con el paso de los años, han ido relegando al olvido.

Es curioso comprobar que, al igual que hacen los niños pequeños, han creado sus propios esquemas e ideas que les permitan asimilar y adaptar nuestro universo a su mentalidad, dando una visión de nosotros –podríamos decir “poética”– en su literatura y cinematografía.

Efectivamente, les estoy diciendo que los ángeles existen. Yo soy uno –concretamente uno custodio, un ángel de la guardia– y, sí, con esta declaración estoy rompiendo con la primera excepción.

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LA SEGUNDA SALVEDAD

Para poder comprender adecuadamente la segunda excepción en toda su magnitud, se hace necesario explicar algunos aspectos importantes sobre el modus operandi de los ángeles de la guarda.

En contra de las ideas que se han generalizado a través del cine, los ángeles no son guardaespaldas invisibles a ojos humanos que acompañan en todo momento (tipo “Ciudad de ángeles”) o simpáticos enviados del cielo dispuestos a ayudar (el tierno Clarence, “Qué bello es vivir”) Como ya he citado somos personas normales y corrientes que nos relacionamos con ustedes en su vida diaria. Podemos ser su compañero de trabajo, su mejor amiga, la persona que le despacha en su tienda, o un desconocido con quien se cruce en un momento dado. Cualquiera. Porque, el trabajo que se realiza es global, conjunto. Cada uno de nosotros sabe cuándo, en qué momento y a quién se debe auxiliar, de manera que podemos ayudar a muchísimas personas, al igual que un humano puede ser ayudado por innumerables ángeles a lo largo de su vida.

Teniendo esto en cuenta, y para garantizar el anonimato de nuestras acciones, no está permitido el contacto y las reuniones entre ángeles más allá de los asuntos terrenales. Ésta es la segunda excepción, y la he vulnerado en tanto en cuanto he debatido con mis compañeros los pros y contras de mi intención de comentaros toda la verdad.

En un principio, a pesar de que se reconocen entre sí, ningún enviado sabe de los objetivos y las acciones a realizar por el resto. Cada uno conoce qué tiene que hacer y con qué personas debe contactar, y no puede compartir ningún tipo de comentarios o apreciaciones sobre sus misiones con nadie (primera salvedad) ni con sus compañeros (segunda)

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Su silencio les delata, supongo que en este momento no serán pocos los pensamientos que fluyen por su cabeza. La mayoría, como sería normal, cuestionándose mi cordura, la sensatez del discurso que les acabo de soltar: la serenidad de mi rostro, lo ágil y distendido de mi discurso, ¿verdaderamente creo lo que he comentado? ¿Creo en todo eso? Me parece lógico. De hecho, me preocuparía que no se planteasen lo coherente de todo esto.

No obstante, no son esas preguntas las que me interesa que se hagan. Apelo a una pequeña proporción de los interrogantes surgidos en su mente, y que vienen movidos por un “¿y si…?”, que abre las puertas a la duda, a la conjetura, a la posibilidad de que –al menos cierta parte– mi discurso, sea real. Porque necesito que me crean, necesito que sepan que mi existencia, el azar que me ha llevado a ustedes, que mi estancia en este lugar en este preciso instante… tiene un motivo, un sentido, un significado.

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Tranquilícense, no hay nada que temer ahora. Sus plegarias han sido escuchadas y tengo el inmenso honor de haber sido elegido para ayudarles. En estos momentos me encuentro aquí, única y exclusivamente, a su servicio.

lunes, 8 de noviembre de 2010

THE ROCK LOVE STORY

Nos encontrábamos a media luz, a solas en la habitación, y ella me pidió que me bajase los pantalones y me tumbase. Recostado, y ya de cerca, lo primero que me llamó la atención fueron sus ojos claros –apostaría que azules– y su boca, desde la cual, como dulce melodía, me iba diciendo suavemente qué debía hacer.

-“¿tu primera vez?” – preguntó con una agradable y tranquilizadora sonrisa.

Yo, intentando controlar los nervios, y aparentando que controlaba la situación, respondí bromeando: “La primera… y espero que no sea una experiencia traumática”

Dicho esto, mostró el bote de gel con el que, suave y delicadamente, sabía que iba a embadurnarme. Lo vi claro… esa mujer iba a saber más de mi interior en unos minutos que cualquier otra con la que hubiera estado anteriormente.

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Sin embargo, no era el sitio propicio para que surgiera nada idílico. Sobre todo teniendo en cuenta que, en lugar de amor, en el ambiente se respiraba cierto aroma sanitario.

Ahí me encontraba yo, en una posición de lo menos sexy y sensual que pueda imaginarse: tumbado sobre la camilla con la bata del hospital remangada y los pantalones a mediobajar. Es curioso, pero no se suele elegir la ropa interior pensando en que más tarde tengas que ingresar de urgencia en el hospital…

Allí estaba ella, sentada en el trono, frente a la pantalla de la eco, con el bote de gel en la mano dispuesta a untarme toda la barriga. No fue brusca, pero aquellos movimientos rutinarios me mostraron que, en aquella consulta, yo era un paciente más.

Minutos más tarde el escáner encontró la piedra que me había llevado a aquel hospital.

Y al final, se marchó.