miércoles, 23 de junio de 2010

EL SÍNDROME DE MARY POPPINS

Como si de un oscuro secreto se tratase, existen una serie de aspectos del mundo de la educación de los que nunca se habla. Es de todos sabido los periodos vacacionales de los que disfrutamos, el relax que supone “comer de la olla grande” para funcionarios e interinos, y el no “trabajar” por las tardes (como si los exámenes se corrigiesen solos, los trabajos que se mandan no se leyeran, las clases no se tuvieran que preparar, las tutorías no tuvieran que realizarse con padres/madres, ni que coordinarse con el resto de compañeros…)

Pero nadie, ni siquiera dentro del mundo de la enseñanza, alza la voz por cosas como la dejadez de la administración hacia los centros, las condiciones bajo las que damos clase, o, de lo que quiero hablar, del carácter nómada de quienes desarrollamos esta profesión.

No llevo mucho tiempo metido en este mundillo, pero tendría que estar ciego, sordo y excesivamente perdido o despistado, para no darme cuenta de la falta de arraigo, de los vaivenes, la excesiva movilidad y del azaroso destino de quienes se dedican a dar clase a nuestros hijos. Porque la historia no acaba cuando se consigue una plaza, ni siquiera cuando te asignan la definitiva. Pueden pasar varios lustros hasta que se alcanza el objetivo de trabajar en un colegio/instituto cercano a tu lugar de residencia.
Y de esta manera existen “centros de paso/de transición” (en los que se va recalando provisionalmente hasta conseguir arañar unos puntos que acerquen al destino ansiado) y “centros de dinosaurios” (centros ansiados a los que sólo pueden aspirar quienes llevan varias décadas en la profesión) Pudiera ser que alguien se encuentre cómodo en uno de transición y decida quedarse. Pudiera ser. Pero no todos son ni pueden ser espíritus libres, la mayoría tiene una pareja (con un poco de suerte, hasta trabajando), unos hijos, hipoteca…
¿En qué parte del BOJA se advierte de la dificultad de compatibilizar este trabajo con la vida familiar? ¿Por qué quienes nos recriminan lo “bien que viven los maestros” no caen en que esa vida se suele desarrollar a bastante kilómetros de nuestras casas, en que estamos encadenados a baremos, concursos de traslados, racaneo de puntos, solicitudes para tener viva la esperanza de poder trabajar en el lugar donde vivimos?

Venden la moto del “regalo” de portátiles para que el alumnado andaluz esté al día de las nuevas tecnologías, pero se desconoce (o se quiere ignorar) que, en la gran mayoría de los casos, un alumno en sus años de escolaridad tiene que estar adaptándose continuamente a los métodos, sistemas, requisitos y conocimientos de un profesorado que “está de paso”. Y no existe continuidad, ni si quiera una seria ni firme línea pedagógica; entre bajas sin cubrir, sustitutos, interinidades, destinos provisionales, permutas… ¿con cuántos docentes trabaja un alumno en la etapa de secundaria? ¿y en la de primaria?


Se llega al centro con “fecha de caducidad”, calculando qué da tiempo a dar y a trabajar, sabiendo que se va a “parchear” el proceso educativo de un alumnado hasta que (como pasaba en la película) el viento cambie: y se incorpore el titular de la plaza, o alguien “camino de su definitiva” te de el relevo. Y llegado el día, tal y como uno viene, se va. Con suerte te echarán de menos 10 minutos, con mucha se acordarán de ti en unos años. Y poco más.


Yo lo llamo “El síndrome de Mary Poppins”.


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