martes, 24 de noviembre de 2009

LA-LALA-LALALA LA-LALA

Aprovechando el 40 aniversario de la apertura del barrio, y añorando aquellos tiempos mejores en los que daba gusto ser niño y sentarse por la tarde frente al televisor, decidí dar la semana pasada una vueltecilla por las calles de Barrio Sésamo.
Quienes nos criamos viendo las aventuras de Espinete y compañía después de salir del colegio -mientras comíamos un delicioso bocata de nocilla- sabemos que gran parte de los conflictos y problemas ocasionados por los jóvenes de hoy se deben a la ausencia de modelos televisivos como los que tuvimos en nuestra infancia.
¿Qué Marco, Heidi y Candycandy eran moñas? Teníamos a Ulises 31, El llanero solitario y Mazinger Z para espabilarnos. Ahora, por las tardes, nuestros niños disponen de culebrones en la primera, bichos en la segunda y cotilleos en el resto de cadenas... ¡y dibujos a las siete y media de la mañana!
Tuve que dar un par de vueltas a la manzana para poder asegurarme que, verdaderamente, estaba en el barrio. Nada parecía igual que antaño: habían cambiado el nombre de la plaza, un grupo de vándalos había destrozado los columpios, alguien había robado las jardineras, las fachadas estaban llenas de pintadas y de carteles de todo tipo, lo que fue la horchatería de Matilde hasta hace un año fue una inmobiliaria y ahora es un estudio de tatuajes, y la panadería cerró tras el triste fallecimiento de Chema.
Con el tiempo, aquel pequeño y entrañable barrio de la periferia había sido engullido por la gran ciudad, y sus vecinos hace años que se mudaron. Bueno, no todos. Curiosamente, Antonio y Matilde siguen viviendo en su piso.
- "Todo acabó con el final de la serie" -me comentó Antonio- "de repente fue como si de un día a otro el barrio envejeciera diez años. No lo pasamos bien, nadie se interesó por nosotros... todo lo que habíamos hecho y trabajado no sirvió de nada ante la llegada de nuevos modelos: Yupi y Astraco, los Tweenies, Teletubies, Lunnis..."
-"Nuestros niños se hicieron mayores, y con su infancia, se marcharon muchos de los vecinos: Julián se fue a vivir con una de sus hijas al pueblo, Ana encontró un trabajo en Barcelona, Ruth se hizo actriz..." -apunta Matilde- "...Ruth. Con tanto juego, canciones y demás no le dimos especial importancia a sus inquietudes artísticas, pero cuando estrenó Días contados nos llevamos un shock bastante fuerte."
-"Hombre, Matilde, ya nos dijo la niña que sería una película fuerte y papel controvertido. Pero al final le sirvió. Ahora es actriz de teatro, está felizmente casada..."
Tan hospitalarios como siempre, me invitaron a una horchata ("Aún hago de vez en cuando, a mis nietos les vuelve locos") y me comentaron qué fue de algunos de los vecinos del barrio:
- "¿Espinete? Bueno... no llevó muy bien que los niños fueran creciendo y madurando. Cada vez pasaban menos tiempo en la calle y más en los estudios. Y ya conoces a Espi, tiene que ser el centro. Al final, animado por Julián se fue a vivir al pueblo con él. ¡De vez en cuando nos suele llamar por teléfono para contarnos cómo le va!"
- "Y sin Espinete aquí... don Pimpón no es que se deje ver fácilmente. Vino no hace mucho contando historias sobre el rey Caputín de Caputala y esas cosas cosas..."
Entre risas, canciones, anécdotas y batallitas, la tarde pasó volando. Recordamos con especial cariño a Chema y a Julián, "los que tenían al barrio unido", y antes de marcharme brindamos por una época que, si bien fue muy feliz, sabemos que no volverá.
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Porque... ¿existe hoy día un sitio en la televisión que pueda albergar a unos vecinos tan singulares y tan políticamente incorrectos?
Aceptémoslo, nuestros iconos y modelos a seguir posiblemente hoy no serían tan "socialmente aceptables":
Epi y Blas: Suponen la "cuota gay" de toda serie que se emite hoy día en televisión, pero adaptada a los ochenta. La mitad de las veces que aparecían estaban en la cama. Blas tenía un "rollito" bastante extraño con las palomas (¿colombofilia?), y de lo de Epi con el patito... mejor no hablar.
Coco: El encargado de enseñarnos conceptos como "delante-detrás" padece un serio problema de neurosis, una verborrea imparable y tics continuos... un profesor cuya actitud deriva en episodios psicóticos (poniéndose un casco, una capa y creyendo ser supercoco)
Conde Draco: Aparentemente, un personaje con un trastorno obsesivo, pero, profundizando un poco... esos gritos, esos alaridos, esos movimientos espasmódicos... ¿Llegaba al orgasmo a través de los números? Siempre nos quedará la duda.
Óscar: Un tipo que vive en un cubo de basura... un síndrome de Diógenes como una catedral.
Los Nabucodonosorcitos: Una familia de simpáticos bichitos que vive en una jardinera en la ventana de la casa de Epi... pero, en el fondo, unos despiadados okupas que acabaron por arrasar la maceta: cortaron las plantas y se construyeron en el solar un caserón sin pedir permiso a nadie.
El monstruo de las galletas: Un comportamiento bipolar que suele acabar con episodios de bulimia nerviosa. Obsesionado con los dulces y adicto a las galletas, tiene un serio problema de sobrepeso, la mirada perdida y una seria dificultad para articular oraciones sintácticamente correctas...
Juan Olvido y Clementina: ¿Cómo es que nadie ha denunciado a esta mujer que viste de vaquero al probre de su marido, (que bastante tiene con su alzheimer galopante)?
Gustavo: Una rana con gorro y gabardina... mmm... a unas gafas de sol de distancia de ser un exhibicionista en potencia.
Pepe Sonrisas: Posiblemente hoy día podría encajar muy bien en la televisión presentando algún programa de cotilleos...

Dicen que cualquier tiempo es mejor. Y posiblemente sea así, ya que, desde que dejamos de visitar este barrio, los programas infantiles que nos llegan no son más que caducos panfletos idiotizantes que tratan a los pequeños como subnormales.
¡Levantémonos contra los programadores! ¡Una televisión de calidad YA!

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