miércoles, 10 de noviembre de 2010

CONFESIONES

Nunca imaginé que acabaría de esta forma, rompiendo todas y cada una de las reglas que, en su día, juré cumplir y respetar.

Es curioso, pero aquí en la tierra nadie ha parecido darse cuenta de ello. Lo que no deja de ser un gran alivio… al menos para nosotros.

Cierto es que aquí abajo las personas tienen suficientes motivos de preocupación –les invaden bastantes quebraderos de cabeza– como para ponerse trascendentes y plantearse qué puede estar pasando por aquí arriba. Más aún en estos años en los que ni los creyentes pueden dejar de pensar en cosas terrenales… y a nadie le parece interesar los asuntos celestiales.

La historia de la humanidad es cíclica, todo se repite: cada determinados periodos de tiempo suelen darse picos altos y bajos, grandes avances y subidas (el descubrimiento del fuego, el Renacimiento, la Revolución Industrial…) y grandes caídas (la peste, la Santa Inquisición, las Guerras Mundiales, la Gran Depresión…) No hace falta ser un entendido para darse cuenta de que estamos inmersos en una de las segundas. Quizá pueda parecer una exageración, incluso pensarán que soy un agorero; créanme, lo que han visto y vivido no es nada en comparación con lo que espera.

Pero por favor, que a nadie le invada el pánico. Se ha salido de situaciones peores y ésta no va a ser una excepción. El final no es inminente… aunque se encaminan, de forma imparable, a la última curva de la carrera.

Pero, antes de seguir divagando, permítanme comenzar por el principio:

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Al nacer no se suele entregar un libro de instrucciones al recién llegado en el que se expliquen cuestiones trascendentales como el sentido de la vida (para qué se está aquí, qué se supone que se debe hacer o a qué poder aspirar), un manual en el que se aporten consejos, datos o instrucciones que puedan hacer de la estancia en este mundo algo tranquilo y placentero… De hecho, sería una gran idea que se hicieran unos tutoriales para los pequeños del tipo “Cómo crecer y madurar decentemente sin morir o traumatizarse en el intento”. Pero hasta que la ciencia y la tecnología hagan posible el injerto de puertos USB en los recién nacidos… cada uno tendrá que aprender a solucionarse solito los problemas… atendiendo al lugar y a la clase social a la que pertenezca.

Se supone que los seres humanos habéis nacido libres, que fue el mejor regalo que se os dio cuando se os concedió la vida. Pero visto adonde os encamináis, sobra decir que no sois capaces de desenvolveros en este mundo con la suficiente madurez. No es un descubrimiento nuevo, y el que llevemos milenios entre vosotros es un hecho que lo corrobora. No sois malos, pero tendéis a perderos con facilitad, necesitáis una brújula a vuestro lado que os oriente. Y ahí es donde entramos nosotros, “la organización”.

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Como en cualquier corporación que se precie, existen procedimientos y estrategias para encarar y superar tiempos difíciles como estos días aciagos por los que atravesamos. Un plan de crisis que, debido a las innumerables ocasiones en las que se ha tenido que poner en marcha, se ejecuta con el ajuste y la perfección de los pasos de baile en un concurso de bailes de salón. La hoja de ruta contiene un único objetivo: superar la crisis con éxito. Y para ello no se repara en gastos, no se escatiman recursos, nada es suficiente para poder alcanzar el equilibrio.

Un equilibrio que, por otra parte, rara vez se consigue: cuando comienzan a hacerse visibles algunas mejoras en unos campos o estamentos de la sociedad, hay carencias en otras zonas o aspectos. Y es que, en nuestro oficio, nunca hay final, nunca hay descanso. Siempre existirán situaciones faltas de justicia, momentos difíciles de encarar, personas necesitadas de apoyo. Siempre se nos necesita, se requiere de nuestros servicios…

Por lo general, se cuenta con una plantilla fija de trabajadores –aunque por la jerarquía y la forma de desarrollar su labor sería más ilustrativo denominarlos “soldados”– que suele desarrollar el trabajo de campo. Un equipo bastante competente y experimentado que se encarga de solventar las situaciones y problemas ordinarios de cada uno de nuestros clientes, y cuya mejor baza es la experiencia acumulada a lo largo de todos estos siglos de bagaje profesional. La hoja de ruta es simple y clara: acompañar al cliente, estar con él, apoyarlo escucharlo y asesorarlo en todo momento, darle la confianza suficiente en sí mismo para que sus temores, inseguridades y autoestima no sean un problema en su vida. Todas las acciones que se estimen necesarias para ayudar, con dos pequeñas salvedades.

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LA PRIMERA SALVEDAD

La primera es bastante simple y lógica: el cliente no puede ni debe saber bajo ningún concepto que se está trabajando para él. Es importante que la organización y sus fines sean invisibles para él y para toda la sociedad. No beneficiaría en nada a los humanos el descubrir que los auténticos impulsores de sus mejores decisiones y acciones –quienes estamos detrás de su “lado bueno”– somos nosotros.

Quizás por ello, desde que hicimos aparición hace muchísimo tiempo, nos hemos venido presentando ante ustedes a vuestra imagen y semejanza. Como pueden ver, somos personas normales y corrientes que tenemos nuestra propia vida, nuestras propias familias, amistades, circunstancias, problemas…que desarrollamos en todo momento en paralelo (intentando compatibilizarlo de la mejor manera posible) con nuestra misión.

Llegados a este punto permítanme que haga un pequeño paréntesis en mi narración. No hace falta ser adivino ni telépata para saber que todo lo que estoy diciendo choca con los esquemas y las ideas preconcebidas que tienen sobre nosotros. Y, excúsenme, pero me resulta inevitable sonreír. No somos más que parte de una mitología religiosa en la que creían en su infancia y a la que, con el paso de los años, han ido relegando al olvido.

Es curioso comprobar que, al igual que hacen los niños pequeños, han creado sus propios esquemas e ideas que les permitan asimilar y adaptar nuestro universo a su mentalidad, dando una visión de nosotros –podríamos decir “poética”– en su literatura y cinematografía.

Efectivamente, les estoy diciendo que los ángeles existen. Yo soy uno –concretamente uno custodio, un ángel de la guardia– y, sí, con esta declaración estoy rompiendo con la primera excepción.

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LA SEGUNDA SALVEDAD

Para poder comprender adecuadamente la segunda excepción en toda su magnitud, se hace necesario explicar algunos aspectos importantes sobre el modus operandi de los ángeles de la guarda.

En contra de las ideas que se han generalizado a través del cine, los ángeles no son guardaespaldas invisibles a ojos humanos que acompañan en todo momento (tipo “Ciudad de ángeles”) o simpáticos enviados del cielo dispuestos a ayudar (el tierno Clarence, “Qué bello es vivir”) Como ya he citado somos personas normales y corrientes que nos relacionamos con ustedes en su vida diaria. Podemos ser su compañero de trabajo, su mejor amiga, la persona que le despacha en su tienda, o un desconocido con quien se cruce en un momento dado. Cualquiera. Porque, el trabajo que se realiza es global, conjunto. Cada uno de nosotros sabe cuándo, en qué momento y a quién se debe auxiliar, de manera que podemos ayudar a muchísimas personas, al igual que un humano puede ser ayudado por innumerables ángeles a lo largo de su vida.

Teniendo esto en cuenta, y para garantizar el anonimato de nuestras acciones, no está permitido el contacto y las reuniones entre ángeles más allá de los asuntos terrenales. Ésta es la segunda excepción, y la he vulnerado en tanto en cuanto he debatido con mis compañeros los pros y contras de mi intención de comentaros toda la verdad.

En un principio, a pesar de que se reconocen entre sí, ningún enviado sabe de los objetivos y las acciones a realizar por el resto. Cada uno conoce qué tiene que hacer y con qué personas debe contactar, y no puede compartir ningún tipo de comentarios o apreciaciones sobre sus misiones con nadie (primera salvedad) ni con sus compañeros (segunda)

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Su silencio les delata, supongo que en este momento no serán pocos los pensamientos que fluyen por su cabeza. La mayoría, como sería normal, cuestionándose mi cordura, la sensatez del discurso que les acabo de soltar: la serenidad de mi rostro, lo ágil y distendido de mi discurso, ¿verdaderamente creo lo que he comentado? ¿Creo en todo eso? Me parece lógico. De hecho, me preocuparía que no se planteasen lo coherente de todo esto.

No obstante, no son esas preguntas las que me interesa que se hagan. Apelo a una pequeña proporción de los interrogantes surgidos en su mente, y que vienen movidos por un “¿y si…?”, que abre las puertas a la duda, a la conjetura, a la posibilidad de que –al menos cierta parte– mi discurso, sea real. Porque necesito que me crean, necesito que sepan que mi existencia, el azar que me ha llevado a ustedes, que mi estancia en este lugar en este preciso instante… tiene un motivo, un sentido, un significado.

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Tranquilícense, no hay nada que temer ahora. Sus plegarias han sido escuchadas y tengo el inmenso honor de haber sido elegido para ayudarles. En estos momentos me encuentro aquí, única y exclusivamente, a su servicio.

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