jueves, 27 de agosto de 2009

EL LECTOR QUE SOÑABA CON UNA CERILLA Y UN BESTSELLER DE MENOS DE 200 PÁGINAS

Y cayó el segundo. No hacía falta ser Aramis Fuster para saber que, dado el buen sabor de boca que me dejó la primera parte de la trilogía Millennium, la lectura de La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina era cuestión de tiempo.
Acostumbrado a las sagas literarias, me enfrenté a este libro con el presentimiento de que todo sería más de lo mismo, una nueva aventura, una misma estructura… Pero me equivocaba. Conservando principales y secundarios, esta nueva novela nos presenta a los personajes en una historia que nada tiene que ver con la anterior.
Si bien Larsson nos muestra las diferentes consecuencias que lo ocurrido en el primer volumen de Millennium tiene en los personajes, nos adentramos en una historia más terrible y oscura, más compleja y madura, en la que se profundiza aún más en la personalidad y motivaciones de los protagonistas, y donde se dan a conocer algunos aspectos del enigmático pasado de Lisbeth Salander.
Como la anterior, esta continuación de la saga consigue presentarnos una historia de intriga cuyo mayor atractivo es la protagonista, donde el caos, la continua incertidumbre y todos los cabos sueltos se unen al final de la historia y dejan “ganas de más”
Nos regala un apasionante y trepidante desenlace a lo largo de más de 250 páginas. Pero el precio a pagar es, de nuevo, ver cómo se repite –e incluso acrecienta– el mismo fallo que en la primera: otra vez los inicios de la historia se presentan de forma lenta (a veces tediosa hasta la página 200) y carece de ritmo (hasta la 500)…
De nuevo, lo de siempre… Una historia de más de 500 páginas que podría haberse contado en 300.

Todo esto me lleva a plantear las siguientes preguntas: ¿Por qué los best sellers no tienen menos de 200 páginas? ¿Qué oscuro e intrigante pacto con el diablo firman los escritores para que personas que no han leído nada desde el Micho se beban tochos como Los pilares de la tierra?
Y es que, con las malsanas excepciones de esa memez infantiloide para anormales llamada “El niño con el pijama de rayas” y los Coelhos y Bucays (de los que prefiero no hablar), no hay superventas que se precie que no tenga menos de 300 páginas. Las obras de nuestros queridos Noah Gordon, Ken Follet, o los paisanos Ildefonso Falcones o Sánchez Adalid, son la muestra viviente de que los árboles sueñan con la llegada masiva el ebook.
Igual da novela negra, histórica, conspiraciones judeomasónicas, cuáqueros, templarios, construcción de catedrales o dinastías familiares… En su grosor, todas siguen la estela de los dos más vendidos: La Biblia y El Quijote.
Si cada vez que un españolito va a leer pilla un tocho de 800 páginas, ¿cómo no vamos a tener índices bajos de lectura?

Y si el grosor de una novela asusta… mejor no pensar en las continuaciones. Por regla general, cada nueva entrega tiene cien páginas más que la anterior, y valgan de ejemplo las sagas de Millennium (650, 750 y casi 900) y Crepúsculo. Harry Potter no se escapa de todo esto, y después de una infumable 5ª entrega de ¡¡893páginas!! Rowling redujo en la 6ª... aunque volvió a colarse en la 7ª.
Si el tiempo y esfuerzo que se dedica a promocionar y leer todos estos productos con fecha de caducidad se emplease en acercar y leer clásicos, otro gallo nos cantaría en este país.

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