
Podría haber tenido lugar en Macondo, pero ni siquiera sabemos cómo denominar al sitio en el que vivimos: ni gozamos del romántico aire recogido, típico y familiar de un pueblo, ni disponemos de los medios, bullicio y población de una ciudad. El realismo mágico que debiera inundar esta historia, más que ideado por García Márquez, parece caricaturizada por Eduardo Mendoza.
Podría tratarse de “El amor en los tiempos del cólera”, pero aquí solo disponemos de gripe A, de una historia que no abarca más de una carilla y de lectores muy pacientes que leen lo que este perturbado les escribe... mientras no sea muy largo.
Podría estar protagonizada por un “personaje romántico” que, de tanto ver historias de amor creyera vivir en una… pero aquí es la “historia romántica” la que, de tanto ver a este “personaje”, le ha creído su protagonista.
Podría estar protagonizada por un “personaje romántico” que, de tanto ver historias de amor creyera vivir en una… pero aquí es la “historia romántica” la que, de tanto ver a este “personaje”, le ha creído su protagonista.
Podría ser que el concepto de amor que tanta película le ha inculcado sea el que esté llamado a vivir… o que todo no sea sino fantasía o material barato típico de una película de Meg Ryan. Podría ser que los personajes femeninos que tanto le han hecho suspirar le estén esperando reencarnados en la diosa que le atiende cada semana… o que su ideal de mujer amada siga siendo “Amelie”
Podría ser que ni siquiera le gustase el cine, que la entrada sea el canon a pagar por tener derecho a contemplarla unos segundos cada viernes... pero ni siquiera el amor puede justificar el entrar a ver una película española.
Podría ocurrir que aquellas microconversaciones intrascendentes que va improvisando fielmente cada semana mientras ella le atiende lleguen algún día a algo bonito… o que se queden en nada.
Podría ser que ella, al otro lado del cristal, también sueñe con ser correspondida con él, que espere impaciente los días de estrenos para ver cómo su cliente favorito se hace el despistado de la cola de al lado para no ir a la ventanita de su compañera, y así ser atendido por ella… o que, más que un sueño, todo esto sea su peor pesadilla.
Podría ser que ni siquiera le gustase el cine, que la entrada sea el canon a pagar por tener derecho a contemplarla unos segundos cada viernes... pero ni siquiera el amor puede justificar el entrar a ver una película española.
Podría ocurrir que aquellas microconversaciones intrascendentes que va improvisando fielmente cada semana mientras ella le atiende lleguen algún día a algo bonito… o que se queden en nada.
Podría ser que ella, al otro lado del cristal, también sueñe con ser correspondida con él, que espere impaciente los días de estrenos para ver cómo su cliente favorito se hace el despistado de la cola de al lado para no ir a la ventanita de su compañera, y así ser atendido por ella… o que, más que un sueño, todo esto sea su peor pesadilla.
Podría ser… o no.
Ahí reside la magia del cine.
Ahí reside la magia del cine.